Lo que vemos es un hombre muy deteriorado por la tortura que ha sufrido en el intento infructuoso de que delate a sus compañeros de lucha. Permanece impávido. Sus amigos y aliados son decapitados en su presencia. Nada. Siguen su esposa y sus dos hijos, que son muertos con irracional crueldad. No confesará. Le cortan la lengua. Después intentan descoyuntarlo con cuatro caballos amarrados a sus brazos y piernas, pero no lo consiguen, entonces le cortan la cabeza, que será exhibida en una picota; le cortan los brazos para exhibirlos en otras ciudades, también las piernas con las que hará lo propio. Es la tarde del 18 de mayo de 1781. El muerto es Tupac Amaru II y las autoridades españolas del Virreinato del Perú deben de haberle tenido mucho miedo para hacerle todo eso. Y después de ello aplastar cualquier movimiento y omitir cualquier divulgación de su lucha porque en verdad fue el más grande peligro que vivió España en su larga estancia colonial. Había que borrarlo para siempre, así lo entendieron también los gobiernos que siguieron a la independencia de España. Y aún hoy sus reivindicaciones son sesgadas, ayustadas artificialmente a una presunta identidad nacional.
Tupac Amaru II no fue indígena como Benito Juárez, tampoco pobre como el zapoteco, en sus venas mestizas corría la sangre del inca, del que tomó su nombre, en la misma proporción en que corría sangre española. Fue criado como criollo acaudalado, hablaba perfecto español, además de latín y en su adolescencia no se distinguía en nada de los junior bonitos que vestían con elegancia distinguidos ropajes europeos y andaban en carrozas y enormes caballos para acabar viviendo apacibles vidas rodeadas de esclavos y sirvientes indios que les complacían las más grotescas apetencias. Pero José Gabriel Condoranqui, que era su nombre verdadero, poseía otra cualidad inusual: era inteligente y observador, era justo y equilibrado; era, a pesar de tantos atavíos o, quizás, debido a ellos, un héroe en potencia.
Un día abandonó su ropa y sus refinados sombreros; abandonó su nombre y su elegante residencia. Vestido como inca y entregado a sus costumbres y usos, encabezó el movimiento más radical de corte indigenista del que se tenga memoria. Él no hizo listas de peticiones al gobierno virreinal, su lucha iba por cada detalle del conjunto que representaban cada una de las acciones de gobierno español en América. Decreta la abolición de la esclavitud negra en 1780, la eliminación de todas las formas de explotación indígena, que tanto enorgullecía a los misioneros por su “humanitarismo”(la mitra de las minas, las encomiendas, los obrajes) y expresó la terrible consigna que todavía hoy lastima los sensibles oídos del autoritarismo: libertad sin adjetivos, autogobierno, autonomía. No más corregimientos, alcabalas y aduanas.
Por eso el pánico español, seguido del criollo, seguido del mestizo. Su reivindicación ocurrida doscientos años después con el velasquismo fue icónica, no argumentativa. Lo andino era folclor, belleza pétrea, Cuzco, Machu Piccho. Tupac Amaru II un héroe, un antepasado, un fundador… de esta gloriosa democracia.
¿Acaso crees que Keiko Fujimori pueda entender a Tupac Amaru II?
Tupac Amaru II no fue indígena como Benito Juárez, tampoco pobre como el zapoteco, en sus venas mestizas corría la sangre del inca, del que tomó su nombre, en la misma proporción en que corría sangre española. Fue criado como criollo acaudalado, hablaba perfecto español, además de latín y en su adolescencia no se distinguía en nada de los junior bonitos que vestían con elegancia distinguidos ropajes europeos y andaban en carrozas y enormes caballos para acabar viviendo apacibles vidas rodeadas de esclavos y sirvientes indios que les complacían las más grotescas apetencias. Pero José Gabriel Condoranqui, que era su nombre verdadero, poseía otra cualidad inusual: era inteligente y observador, era justo y equilibrado; era, a pesar de tantos atavíos o, quizás, debido a ellos, un héroe en potencia.
Un día abandonó su ropa y sus refinados sombreros; abandonó su nombre y su elegante residencia. Vestido como inca y entregado a sus costumbres y usos, encabezó el movimiento más radical de corte indigenista del que se tenga memoria. Él no hizo listas de peticiones al gobierno virreinal, su lucha iba por cada detalle del conjunto que representaban cada una de las acciones de gobierno español en América. Decreta la abolición de la esclavitud negra en 1780, la eliminación de todas las formas de explotación indígena, que tanto enorgullecía a los misioneros por su “humanitarismo”(la mitra de las minas, las encomiendas, los obrajes) y expresó la terrible consigna que todavía hoy lastima los sensibles oídos del autoritarismo: libertad sin adjetivos, autogobierno, autonomía. No más corregimientos, alcabalas y aduanas.
Por eso el pánico español, seguido del criollo, seguido del mestizo. Su reivindicación ocurrida doscientos años después con el velasquismo fue icónica, no argumentativa. Lo andino era folclor, belleza pétrea, Cuzco, Machu Piccho. Tupac Amaru II un héroe, un antepasado, un fundador… de esta gloriosa democracia.
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