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Polk quería



El 11 de Mayo de 1846 el presidente de los Estados Unidos, James K. Polk, envía al Congreso la declaratoria de guerra contra México, aunque su ejército ya llevaba algunas semanas combatiendo en distintos frentes a los mexicanos.

Era una guerra con historia, como la mayoría de las guerras, que había iniciado con la independencia yanqui de los ingleses en 1776, cuando presintieron que el territorio era muy grande y que España en realidad no tenía posesión de él sino hasta ciertos límites al sur de las llanuras.

Con todo y eso, esperaron pacientemente a que los mexicanos se independizaran de España y reconocieron al nuevo país en 1822, cuando empezaron a ofrecer una buena lana por los territorios de Texas: un millón en 1825 y hasta cinco millones en los meses siguientes. Pero el territorio, que se antojaba vacío, no estaba en venta.

Diez años después lograron que miles de colonos variopintos (yanquis, franceses, holandeses) obtuvieran permiso para colonizar esos vastos territorios, pero con ciertas chocantes obligaciones como no tener esclavos y abrazar la religión católica, que los recién llegados hicieron como que obedecían. La farsa duró apenas dos años, en 1836 los texanos declararon su independencia de México y, tras algunas batallas en las que repartieron triunfos, finalmente ganaron los texanos al aprehender al mismísimo presidente Santa Anna y obligarlo a firmar el Tratado de Velasco. Un asco.

Para este momento, los planes expansionistas de Estados Unidos estaban en plena marcha y querían más, mucho más del territorio que en realidad pertenecían a decenas de tribus y pueblos originarios que nadie había tomado en cuenta. Además de Texas con sus ricos yacimientos de oro, le echaron el ojo a Nuevo México y la lejana California, suficientemente ricas como para justificar echar toda la carne al asador y guerrear con el desordenado México, enfrascado en sus propios problemas internos.

Los gringos atacaron por tres frentes: por la alta California, por Tamaulipas y por mar en el puerto de Veracruz, donde echaron montón, pues la idea era marchar desde ahí a la ciudad de México. Avanzadas ya las refriegas bélicas, el Congreso de Estados Unidos acepta la declaración de guerra el día 13 de mayo y el de los mexicanos un poco después, el 23 de mayo, cuando ya tenían el agua hasta el cuello.

Estados Unidos ocupa buena parte del actual México, mochan más de la mitad de su territorio, humillan, matan y roban hasta la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, cuando el 2 de febrero de 1848 comienzan la desocupación. El presidente Polk “tuvo que admitir” que la frontera fuera establecida en el río Bravo, pues Polk quería más.

Esa fue la triste historia que empezó oficialmente un día como hoy y de la que los mexicanos nunca nos acabamos de reponer. Hoy estamos reconquistando esos territorios con la invasión hormiga, lenta pero consistente. Ahí la llevamos.






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