Fui invitado a dar esta conferencia sobre la materia del
radio mexicano en la Universidad Interamericana de Puebla. Lamento que mi
mensaje es más bien oscuro, pesimista respecto al radio, en el que observo
desde hace décadas una creciente decadencia argumentativa, contrastante con sus
presuntos avances tecnológicos.
Por lo que se aprecia en el cartel, la discusión de estas
conferencias tiende a centrarse en el tema mercadotécnico. ¡Ay!, el callo más
doloroso de la radio mexicana, un proceso que no se ha sabido afrontar con
criterio ni inteligencia, que se ha dejado crecer como un monstruo construido a
retazos por un enloquecido genio, que ha crecido, crecido, crecido hasta llegar
en los meses altos, como diciembre, a competir en tiempos con su programación
artística. He contado los minutos de un corte decembrino y he llegado a ¡diez
minutos!, antes de abandonar la cuenta. Una retahíla de anuncios en formato de
veinte segundos apilados como ladrillos de una construcción surrealista.
Edificios planos, repetitivos, cacofónicos que vociferan en contra del
auditorio, de la emisora y del propio producto que dicen anunciar.
Frente a un relativo avance de la publicidad audiovisual
de la televisión, este departamento en la radio se ha quedado estancado en ese
breve formato que obliga al anunciante a expresar a toda velocidad su mensaje,
sin el uso de sus múltiples recursos –los recursos radiofónicos, digo-, géneros
y argumentos infinitos como los del universo sonoro. Ruidos, señores,
elefantes, mares, cascadas, moscas.
Ahora llega la radio en internet. Mucho entusiasmo, fierros,
conexiones. Con tristeza, lo que he apreciado en las radios que algunos
conocidos y otros desconocidos han instalado en la red es una reproducción improductiva
de la radio de frecuencias. Animosos jóvenes y no tan jóvenes desesperados por
hablar, poner sus musiquitas y, claro, enviar a corte. “¡Vamos a corte”. Ahora,
¡vamos a corte! Y en algunos casos, enajenados por sus deseos de producción, hasta
copian anuncios “reales” de productos comerciales para ponerlos en su emisión
que, claro, nadie les paga.
Mi mensaje, entonces, no es halagüeño. Mientras las
universidades insistan en reforzar la visión mercadotécnica y organizacional
por sobre el espíritu natural de los medios de comunicación, que es el
artístico, nos seguiremos llenando de fierros relucientes, sonidos pulcros,
impolutos y poderosos, con pobres contenidos. Qué digo pobres, ¡miserables!
Como el ánimo suicida tampoco está en mi agenda, mi
mensaje modesto y anacrónico es voltear la vista, no al futuro, sino al pasado.
Recuperar los grandes atributos de este maravilloso medio de comunicación que
tanto emocionó al mundo en los años veintes del siglo pasado. Recuperar los géneros
radiofónicos y sus infinitas posibilidades. Recuperar el universo sonoro, los
sonidos de la radio: voz, música, ruidos del mundo y silencio dramático, que
son las vocales de su ortografía, que es la forma completa de su redacción. ¿Cómo
recuperar eso? También tengo respuesta para ello: a través del guión. Esa materia
que antes era obligatoria en la currícula de comunicación y que ahora, en el
mejor de los casos, ha quedado reducida a un taller opcional entre los
educandos. O a nada.
Ahí, mis queridos oyentes, está la única esperanza de la
radio.
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