A
principios del 2014 la UPVA “28 de
Octubre” de la ciudad de Puebla hizo un esfuerzo particular por recuperar y
preservar un fragmento representativo de su presencia en el movimiento social
urbano de la capital del estado, ayudada por un servidor, de lo que resultó un
libro testimonial que esperamos que algún día vea la luz y se incorpore
formalmente al acervo memorioso de los poblanos. Por ahora quisiera compartir
un fragmento relativo a la noche del 28 de octubre de 1973 cuando el presidente
municipal Luis Vázquez Lapuente (1972-1975)
extendió su orden criminal de “limpiar” unas calles del
centro de la ciudad, con un saldo indeterminado de víctimas.
A
principios de los años 70 encontramos a la actividad ambulante convenientemente
asentada en el centro de la ciudad, alrededor de La Victoria y en la 11 sur, entre la 12 y la 18 poniente, controlada
por centrales priístas, líderes freelance
y hasta por el Partido Comunista, cuando el activismo social partía sin ninguna
ambigüedad de las preparatorias y algunas facultades de la Universidad Autónoma
de Puebla. Una ciudad que cumplía una década cruzada por marchas estudiantiles
que enfrentaban el autoritarismo disfrazado de religiosidad y de falsa moral;
de un Primero de Mayo de 1973 signado por la violencia, el incendio y la muerte
del dirigente Alfonso Calderón y otros jóvenes que se encontraban en el
edificio Carolino y sus alrededores; un 28 de octubre donde, como veremos en
los testimonios de doña Martha, doña Irma y don Rubén, no se midió la fuerza, el
aparato represor cruzó las calles del centro destruyendo todo a su paso,
triturando, incendiando, desapareciendo.
La noche del 28 de octubre
de 1973
“Era
un día de fiesta, se presentaba un día de Todos Santos y salíamos a vender, a
trabajar allí en las calles, nos acomodaban como podían de a pedacitos de
lugares, de un metro, de dos metros, a trabajar ahí; la gente humilde, la gente
pobre, la gente necesitada. Entonces nos teníamos que quedar a cuidar nuestros pedacitos
de lugares para ganar un sustento y llevarlo a la casa, pero ¿qué se suscita?,
que en la noche nos mandan a los granaderos a golpearnos. Metieron maquinaria
pesada, había muchos puestecitos, no había muebles ni cosas de valor, lo único
de valor que había éramos los vendedores que estábamos ahí durmiendo. Yo estaba
en la 3 norte, entre 14 y 3 norte, en ese momento nos tocaba dar un rondín para
estar viendo qué pasaba, entonces llegaron con la maquinaria pesada y ahí,
sobre el trozo de la 10 poniente, sobre la 3 norte y la 8 poniente, llegaron y
aplastaron todo sin ver que ahí había quien estaba durmiendo; aplastaron todos
los puestos, después rociaron gasolina y le dieron fuego a todo, le prendieron
fuego. Debajo de estos puestos había niños y personas inocentes que fueron
aplastados, atropellados y quemados ahí. Yo digo ¿por qué nos trata así el
gobierno?, somos gente de trabajo, no somos gente mala, como siempre se nos
ha achacado, somos vendedores que
trabajamos para comer, para llevar un sostén a la casa. Eso pasó ese día. Era
yo una niña de trece años. Si uno está ahí, uno lo vivió, uno lo pasó ahí. Lo
que tú vives se te queda en la mente, o sea, no es tan fácil borrar lo que te
pasa. Pero yo sí me acuerdo de la masacre que hubo ahí en la 8 poniente y la 3
norte, pues yo siento que estoy consciente de lo que estoy diciendo.” (Mercado
Zaragoza)
No salí hasta que terminó
“Esa
noche yo estaba a un ladito, porque vendía casi en la esquina de la 14 y me
arrinconaba en un puesto que vendía periódicos. Cuando oímos el griterío y todo
eso porque ya venían encima de toda la gente. Serían como la una o dos de la
mañana. Yo estaba acompañada de tres de mis niños, de los diez que tuve, ya
tenía tres niños; fue horrible, había de todo. Nos trataron no como seres
humanos, como si fuéramos animales, así fuimos tratados. Yo corrí para la
esquina contraria, donde había un zaguancito, que hasta la fecha está la casa,
y ahí nos metimos. Ya no salí hasta que terminó. Duró horas. Como a las 4 de la
mañana terminó, porque echaron lumbre, echaron gasolina y prendían. Mis hijos
lloraban, oíamos gritos, vidrios quebrados. Le damos gracias a Dios que no
perdimos a ningún familiar, pero vimos todo. Nos espantaban las lumbres que se
veían. A la mañana siguiente era un desastre, dejaron el tiradero, no les
importó, dejaron el tiradero, los difuntos estaban en la 8 poniente. Mucha
gente que estaba dormida y que no sintió la llegada. Yo me imagino que unos
quince muertos, por lo menos.” (Mercado Zaragoza)
Se llevaban a sus muertos
“Una
represión brutal, se van sobre los puestos, sobre los vendedores, en camionetas
bastante grandes de los inspectores y la policía, que en esa época les llamaban
“las julias”; atrás de ellas vienen los granaderos golpeando a los vendedores
con palos y demás; atrás de ellos o a los lados los policías judiciales y de
los servicios especiales, que era una corporación ilegal, deteniendo a los que no
lograban escapar, y golpeándolos; atrás de estos venía el Departamento de Limpia
recogiendo escombros, barriendo. Y hasta atrás los bomberos barriendo con agua
a fuerte presión, de manera tal que quedó totalmente limpio. Hubo ahí varios
compañeros muertos, no se supo de la cantidad, nos llegaron el día después de
ese 28 versiones de que había gente que agarraba a sus hijos muertos y se los llevaban; otros que llegaban
a tener una camionera o un coche, ahí se llevaban a sus muertos, en la idea de huir
de la represión, porque la memoria histórica en Puebla, en ese aspecto, era en
términos de que desaparecía el muerto y a veces la familia también ¿no? Tiene
que ver un poco con los antecedentes de Maximino Ávila Camacho. Eso fue lo que
ocurrió.” (Mercado Hidalgo)
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