La década de los cuarenta está marcada con la
preocupación internacional por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial,
iniciada en 1939, de la que nadie fue ajeno. En 1941 el presidente poblano
Manuel Ávila Camacho le declara la guerra al Eje y nuestro país se prepara para
una participación activa en los eventos bélicos. Se envía al Oriente al famoso
Escuadrón 201 y los mexicanos nos vemos inmiscuidos en la sangrienta y
prolongada guerra que costaría 50 millones de vidas a la humanidad. Sin
embargo, nuestra preocupación era más grande que nuestra participación, a decir
verdad; nada de eso detuvo nuestra creatividad. Agustín Lara, en el pináculo de
su fama, compuso una marcha militar: El
cantar del regimiento, que fue adoptada por los regimientos de caballería
del Ejército e, incluso, coreada en los desfiles militares por los propios
soldados.
Cantar del
regimiento
“Una musa trágica hizo de una lágrima un cantar, el
cantar del regimiento de los hombres que se van./ “Cantar del regimiento
envuelto en mi bandera estás, con ella vas al viento hablándole de libertad./ “Cantar
del regimiento, mil vidas que se apartan; que me cuide la Virgen morena, que me cuide
y me deje pelear./ “Ya se va mi regimiento, va cantando ¡sabe Dios si volverá!”
En
Puebla se inicia una década que definiría su transformación urbana para
siempre. 1940 marca un año de inflexión en el crecimiento de la ciudad y de su
población. En los siguientes diez años Puebla pasaría de 138,491 a 234,603
habitantes. Se inicia un proceso de expansión urbana sin precedentes, la ciudad
late y se expande en cada latido. Se fundan importantes colonias al Poniente,
como la Volcanes
y La Paz, así como se integran a la ciudad rancherías, pueblitos y pueblotes
como La Libertad
en el Norponiente. En los municipios periféricos de San Felipe Hueyotlipan y
San Jerónimo Caleras, se inicia el deterioro de las estructuras de producción
agrícola. Comienzan a observarse, pues, los efectos de una desconocida
expansión urbana y regional de la capital poblana. La pequeña ciudad con una
longitud de un kilómetro y medio a partir del zócalo desde el siglo XVI, mide
ahora el doble, 3
kilómetros de radio circundante a partir de la plaza
central.
En lo político la huella indeleble marcada por el
polémico gobierno de Maximino Ávila Camacho dejó el agua como para chocolate.
En 1941 asume la gubernatura un médico local de 45 años de edad, Gonzalo
Bautista Castillo, que gobierna hasta 1945. Lo sucede en el cargo el Ing.
Carlos I. Betancourt que gobierna la entidad hasta 1951.
En la Presidencia
Municipal completan su periodo de tres años, sucesivamente,
el hermano del presidente de la
República –y del propio Maximino- Rafael
Ávila Camacho (1939-1941), seguido por Juan B. Treviño (1941-1943), Alfonso
Meneses González (1943-1945), Antonio Arellano Garrido (1945-1948) y en la
última parte de la década y principios de la siguiente, Enrique Molina J.
(1948-1951).
Respecto
a la sociedad, los habitantes de Puebla se vieron beneficiados con el
nacimiento de la empresa Teléfonos de México, S.A., el 23 de diciembre de 1947,
de capital mexicano, que fusionaba la conectividad de las compañías Telefónica
Mexicana y Telefónica Ericsson, que durante medio siglo sometieron a las
ciudades mexicanas a la aberrante situación de contar con un teléfono sin poder
comunicarse con otro teléfono, si no se pertenecía a la misma compañía.
Terminaba esa extraña situación que tantos malos entendidos había ocasionado,
además del costo de las empresas poblanas que se veían en la necesidad de
contar con las dos.
Magno
Sánchez (q.p.d.) me contó este recuerdo de cuando era chico en los años
cuarenta poblanos: “En el zócalo había un quiosco, donde ahora está la fuente
de San Miguel había un quiosco. No nos subíamos a él, ahí nada más era para que
llegara cada ocho días una orquesta municipal que daba conciertos. Ya de
jovencitos, en la pubertad, mi hermano y yo íbamos a ver. Salíamos de la
escuela y nos íbamos al zócalo. Entonces te podías subir a la torre de
catedral, era el lugar más alto de Puebla y era imponente ver. Nadie te lo
impedía, estaba abierto y todos subíamos. Se veía ahí toda la ciudad, donde
estaban los conventos, no había tanto edificio, en fin. Un paisaje
postrevolucionario y hasta colonial, diría yo. La ciudad llegaba a la 25
poniente por el sur, por el lado oriente a Analco, al poniente paseo Bravo y al
norte San Antonio. Esa era Puebla. Santa María, que fue la primera colonia de
gente más o menos de clase media alta. Unas llamadas quintas, muy bonitas, con características especiales. En el zócalo
estaba el Rotary, estaba el hotel Arronte, pero no había nada en los portales,
estaban vacíos, no había mesas como ahora. Todo estaba vacío. Estaba el Royalti
y otros lugarcitos, pero muy discretos. El hotel Italia estaba en lo que hoy es
El Sol de Puebla, de italianos. En el portal había accesorias, una serie de
accesorias de comercio pequeño. Cada quien tenía una accesoria y vendían dulces
típicos, artesanías.”
A
pesar de los previsibles colores de nuestras ferias, de nuestra fruta y de
nuestros paisajes, en los años cuarentas se respira un ambiente gris, una moda
gris, tal vez influida por el aplastante dominio nazi cuyo ejército –incluidos
vehículos y armamento pesado- usó este color neutro en la famosa toma de París
de 1940 que dio la vuelta al mundo en fotografías de prensa. Lo cierto es que
la opacidad del mundo se manifestó en los colores grises y oscuros que
predominaron en la vestimenta de la gente. En cierta forma, la moda no fue tan
importante en esta década, pues no conforme con la guerra el mundo entero vivió
la escasez de productos y la industria textil sufrió transformaciones
importantes. Predominaron los trajes grises de dos piezas en las mujeres, al
igual que en los hombres. Se usaron peinados y maquillaje relativamente
discretos, y la elegancia se circunscribía al uso de un pañuelo blanco en un
bolsillo falso de los sacos masculinos y guantes blancos cortos y largos en el
caso de las mujeres. Y, claro, sus respectivos sombreros de cada quien. Mujeres
y hombres. Era la moda de la guerra, el mundo sufría, había pocos pretextos
para festejar.
“Salía
uno de la misa y se iba uno al zócalo, donde daba vueltas uno al zócalo, las
vueltas que uno quisiera. La podía uno dar a la derecha o al revés, al
contrario, pero acostumbraba uno ponerse su mejor vestido, se usaba el
sombrero, se usaban los guantes, y no porque uno quisiera, sino que así era la
costumbre y así los veía uno en los aparadores, que un sombrerito del color de
los guantes, del color de los zapatos. Y bueno, pues uno lo veía bien. A mí me
tocó esa época. Luego, en la tarde, se iba uno al cine. En ese entonces estaba
el Guerrero y el Variedades, después de dar la vuelta al zócalo o ir a visitar
a alguna amiga que estuviera enferma o simplemente recorrer otra calle”, recordó
doña Viviana Palma.
El
conflicto terminó en 1945 con las bombas atómicas en el Japón y la virtual
aniquilación de los alemanes. Los modistos buscaron viejas glorias del antiguo
glamour, de la grandiosidad de los años pasados, la nostalgia invadió de
elegancia y sofisticación la nueva Era de la paz entre las naciones, pero el
daño estaba hecho. Sería difícil recuperar nada a corto plazo, el mundo había
cambiado. Y nosotros con él.
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