La década de los años ochenta en el mundo estuvo
determinada por guerras y matanzas inexplicables como los trágicos
enfrentamientos tribales en Sudáfrica y la extraña guerra no declarada entre
Irán e Irak, que se bombardean durante ocho años. Los soviéticos apestan en
Afganistán y saldrán humillados a finales de la década. James Carter hace un
papelón en Irán con la crisis de los rehenes e Israel bombardea y luego invade
Beirut.
Argentina ocupa las islas Malvinas y provoca que
Inglaterra mueva a su ejército para una victoria aplastante, en tanto que el
gobierno chino reprime a los estudiantes en la plaza Tiananmen. Entre tanta
desgracia, a mediados de esta década aparece un hombre que cambiaría la
fisonomía del mundo, Mikail Gorvachev, con la espada desenvainada contra el
moribundo sistema socialista de la
URSS y sus numerosos satélites, también efervescentes.
Una década que en muchos sentidos cierra expedientes. En Yugoslavia muere Tito, Anuar Sadat
es asesinado en Egipto; mueren Brezhnev, Jomeini e Hirohito; incluso en la
cultura parece haber ese afán de cambio generacional con la muerte Jorge Luis
Borges, Joan Miró, Jorge
Guillén, Alejo Carpentier, Jean Paul Sartre
y Orson Welles. La excepción es John Lennon, que muere asesinado a los 40 años.
Frente a todas esas claudicaciones observamos, en cambio, el inicio de nuevos escenarios. Polonia y
el mundo se cimbran con la voz del Sindicato Solidaridad y, al final de la
década, con la magia de una fantasía musicalizada por Pink Floyd, la caída del
Muro de Berlín, de la que no fue ajeno el papa Woytila, llamado Juan Pablo II,
que viaja por el mundo en su campaña pastoral.
Aunque a principios de la década vemos golpes de
estado en países como Argentina, Guatemala y Bolivia; que Estados Unidos invade
Granada y devasta un barrio en Panamá con el pretexto de castigar a Manuel
Antonio Noriega, caen antiguos dictadores que ya no tienen cabida en un nuevo escenario geopolítico.
Duvalier es expulsado de Haití, Ferdinand Marcos sale de Filipinas, Stroessner
es derrocado en Paraguay y Pinochet es obligado a dejar el gobierno de Chile. Para
fortuna de todos, paulatinamente, las instituciones democráticas retornan en América Latina, pues antes de finalizar
la década se efectúan elecciones en Argentina,
El Salvador, Ecuador, Uruguay, República Dominicana y Brasil.
En los ochenta comenzamos a percibir la preocupación
de los ambientalistas de todo el mundo que protestan contra Francia, que
devasta zonas del Pacífico con peligrosos experimentos nucleares. No era una
preocupación banal ante tanta permisividad. Las desgracias ecológicas de la
planta Union Carbide en la India, que mata a miles de habitantes con gas
tóxico, es el preludio a una desgracia mayor con el accidente nuclear en la
planta de Chernobyl en la URSS y el derrame de petróleo del buque cisterna
Exxon Valdez en el golfo de Alaska, que alertan a los países del mundo sobre
las drásticas medidas que es urgente tomar en una acción ecológica global,
todas estas expresiones novedosas para el gran público del mundo. México
contribuye al desastre ecológico con un año de marea negra en el Golfo de
México, causada por el hundimiento de una plataforma petrolera en junio de
1979. Finalmente, en 1983, como una prueba
de que la naturaleza humana forma parte integral del planeta tierra,
aparece el sida con su cauda de desastre y morbilidad.
Mi
amigo Christian de la Torre
me envió una larga lista de más de cien recuerdos de los años ochenta en la
ciudad de Puebla: ¿Qué recuerdo de los
ochentas?, para la que debemos imaginar un niño de ocho años, motivado y
curioso, sentado en la incansable tele con los programas de aquellos tiempos
que marchaban al tenor de Los Pitufos, Alf y, por supuesto, ¡He Man! ¡Por el
poder de Greyskull!; o los domingos –siempre los domingos con Raúl Velasco- con
aquellas promesas que envejecieron demasiado pronto como Menudo, Soda Stereo,
Flans, Timbiriche, Emmanuel y aquel niño sorprendente que fascinaba a chicos y
grandes llamado Luis Miguel; en el tocadiscos de la prima otros artistas menos
promocionados como los Caifanes, “queriendo ser The Cure”, Botellita de Jerez y
su guacarock y el incansable Tri, del poblano Alex Lora, que recortó su nombre
para llamarse como la selección nacional.
“Empezaban
las maquinitas, el famoso dínamo, que es este jokey de mesa, que le pegas a una
como moneda grande de plástico, entonces ese era el juego de moda, que igual lo
jugaban los chavos nerd, como los chavos banda y todos, ese jueguito siempre
estaba lleno”, recordó Karla Valenzuela en una entrevista.
Hablando
de selección, recuerda Christian, la felicidad del Mundial México 86 y la
amarga derrota de nuestra selección frente a Alemania ¡en penales!, para no
hablar de los cachirules que nos impidieron ir al siguiente mundial.
Afortunadamente existió el Toro Fernando Valenzuela y su fulgurante pitcheo con
los Dodgers de Los Ángeles, que tanta satisfacción nos dio, así como Julio
César Chávez, que devolvió al boxeo mexicano aires de sus viejas glorias.
Los
años ochenta con sus novedades de transformers, cazafantasmas y cubos rubik;
las casetas telefónicas LADA, “la
primera computadora que se compró mi tío”, el Atari 2600; el terror del
terremoto del 85, “del excesivo maquillaje de mi tía y de los vestidos con hombreras
de mi mamá”; una década abundante y diversa en una ciudad aglomerada y ruidosa,
con demasiadas manifestaciones de aquella incipiente organización que hoy
conocemos como la UPVA 28 de Octubre, marchando combativa desde el mercado
Hidalgo en la flamante Central de Autobuses de Puebla, la CAPU.
En
1984 éramos 76.4 millones de habitantes en el país. El Plan global de desarrollo de López Portillo fue la
culminación de la fiebre planificadora de su gobierno, pues hizo planes para
todo. Pero vino la caída del precio del petróleo –malo-, le siguió una
progresiva devaluación del peso -más malo-; el gobierno arrinconado de JLP hace
esfuerzos desesperados y nacionaliza la banca, además de declarar la moratoria
en los pagos de la deuda externa.
El terremoto de 1985 sacude no sólo la ciudad de
México, sino a la estructura política y social en su conjunto. México estaba
herido cuando organizó el Mundial de futbol de 1986. En los últimos dos años
Carlos Salinas de Gortari cambia las relaciones del gobierno con la iglesia y
el PAN gana su primera gubernatura en Baja California Norte.
En
Puebla se lleva a cabo la consolidación metropolitana (1980-1989). Durante diez años la ciudad creció sobre suelo
agrícola, principalmente de propiedad ejidal.
Destaca el aumento acelerado de los municipios de Santa Ana Chiautempan,
Zacatelco (Tlaxcala), Huejotzingo y Puebla. Las actividades sociales y
económicas se diversifican; surgieron corredores y plazas comerciales que
afianzaron el papel centralizador de la ciudad de Puebla, definida por los
municipios que mayor interrelación funcional mostraron con la ciudad.
El Estado de Puebla fue gobernado un año por el Dr.
Alfredo Toxqui (1975-1981), Guillermo Jiménez Morales (1981-87) y Mariano Piña
Olaya (1987-93); en tanto que presidieron el Ayuntamiento de la ciudad Miguel
Quirós Pérez (1978-1981); Victoriano Álvarez García (1981-1984); Jorge Murad
Macluf, que falleció en funciones (1984-1986); Amado Camarillo Sánchez
(1986-1987) y Guillermo Pacheco Pulido (1987-1990).
En esta década Puebla obtiene el título de Patrimonio
Cultural de la Humanidad ,
en 1985, además del beneficio de la
Ley de Desarrollo Urbano y los planes derivados de ella: los
planes estatales de desarrollo urbano de todas las ciudades del país.
Se
estima que el radio de influencia de la ciudad de Puebla comprende 32 kilómetros a la
redonda partiendo del zócalo. Pero para los poblanos seguía siendo una ciudad
chica, al menos en cuanto a mentalidad.
“Sí,
estábamos en una sociedad mucho más cerrada –recuerda Gerardo Sánchez Yanes-,
en la época de los 15 años éramos los mismos en todas las fiestas. Y si llegaba
el primo de México a la quinceañera, decíamos: “este güey, qué hace aquí, nos
está invadiendo nuestro territorio”. Sí, era un grupo muy cerrado, muy de flojera, si veo pa´tras
mi medio ambiente, digo: ay, su madre ¡que flojera!”
Pero el terremoto de 1985 vino a cambiar muchas cosas
en la ciudad, por lo pronto provocó una fuerte emigración de la capital del
país a las ciudades cercanas como Puebla. Recuerda Alejandro Rivera:
“Un actor fundamental en los años ochenta fue el
terremoto de 1985. Mi
hermano, que estaba en el Seguro Social, tuvo que acomodar a 300 médicos con
sus familias en Puebla, tenía que buscarles escuela y ayudarlos para que
buscaran casa y todas sus necesidades. Trescientas familias. Pueden no parecer
mucho, pero de buenas a primeras llegas a una ciudad, con autoridades muy
limitadas intelectualmente, incapaces de enfrentar situaciones de transporte,
de escuelas, de servicios de manera eficiente, y el resultado fue el de un
crecimiento anormal, anodino –diría yo-, imbécil, sin ninguna planeación
urbana, siendo que esta fue la ciudad, por antonomasia, de planificación para
el continente americano. Perfectamente bien orientada, que en un santiamén, en
un lapso no mayor de diez años, perdió, absolutamente, su identidad como una
ciudad colonial. Una ciudad muy trabajadora, extraordinariamente trabajadora. Y
qué pasa. Empiezan las textileras a tronar, no pueden competir tecnológicamente
con lo que ocurría en el mundo. Empiezan a cerrar, empiezan a venir olas de
desempleo, y las otras industrias eran incapaces de absorber esa cantidad de
obreros que se quedaban cesantes y llegaron a casos dramáticos como en Metepec,
en Atlixco. Entonces se forma un embudo en donde había mucho trabajador y muy
poca demanda de trabajo. Desde ese momento en que cierran las textileras
empieza el caos. Mucha gente, harta del DF por su contaminación, porque no circulas
hoy ni mañana, la falta de oferta de trabajo, los altos costos que tiene vivir
allá, que ciudades como Pachuca, Querétaro, Puebla, empiezan a convertirse en
opción para la gente del DF.”
Por su
parte, Héctor Zéleny recordó: “Vino
un desplazamiento muy fuerte de gente del Distrito Federal, Puebla fue
creciendo y ahorita pues yo digo que es una medio urbe, todavía no es una urbe.
Hay muchos problemas, hemos visto cómo los campos de los que estaba rodeada
(una ciudad de 22 ejidos) se han ido
invadiendo, la mancha urbana ha ido acabando al campo, sobre todo en lo
productivo. En fin, hasta la actualidad es una ciudad que esperamos vaya en
progreso, se adapte a los nuevos tiempos”.
Todo
se modificó, en consecuencia. La ciudad ya no era la famosa Puebla provinciana
sino una metrópoli en ascenso, con todo lo que eso implica.
“En
las discotecas sonaba de manera intermitente Michael Jackson –me platica Martha
Echevarría-, con sus famosísimos Thriller y Billie Jean. Era habitual y hasta necesario pasearse por la
discoteca por lo menos un viernes al mes. Ir a bailar, a convivir en otro
ámbito, ya fuera de la discoteca Pagaia
en la avenida Juárez o del Porthos en la Recta a Cholula, para deshacerse de
los nudos acumulados después de días y días de trabajar con números, cheques y
billetes en ese extinto banco llamado Bancam, mi primer trabajo.”
Sí, definitivamente ya no estábamos en la misma
Puebla.
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