Entre las leyendas testimoniales que
recogí de informantes poblanos esta me gusta tanto por su antigüedad como por su
ambigüedad, pues contiene elementos mitológicos que incluyen una interacción recóndita
entre animales y humanos como ocurre en las leyendas primigenias de los
antiguos, así sean mexicas o griegos. Me la contó el profesor Miguel Cano
García, maestro de primaria en una escuela de Ixtepec, en la sierra norte de Puebla.
La
siguiente leyenda la describo tal y como me fue contada en mi niñez por
antiguos habitantes de Ixtepec, en la Sierra Norte de Puebla. Hace mucho tiempo
se sabe que llegó un hombre que traía una perrita negra; en ese tiempo acá era
monte, muchos árboles, muchas lianas, todo estaba cerrado por la vegetación.
Ese
hombre conocía ya el cultivo de la tierra, se puso a trabajarla y diariamente
preparaba sus alimentos y se iba al trabajo a sembrar el maíz, el frijol, a eso
se dedicaba. Al llegar a su área de trabajo, en una de las ramas de un árbol,
dejaba colgado el morral donde estaban sus alimentos, y él se iba al trabajo
mientras el animal se quedaba ahí, la perrita se quedaba echada como cuidando
el alimento. Cuando llegaba la hora de la comida el hombre regresaba, bajaba el
morral, se ponía a comer y le daba de comer también a la perrita. Así fue
durante algún tiempo, así estuvo viviendo ese señor en compañía de la perrita,
hasta que en una ocasión, salió de una casa sencilla que había hecho, se fue a
trabajar y se llevó a la perrita, pero al finalizar la jornada de trabajo se
dio cuenta de que la perrita ya no estaba.
Cuando
regresó a su casa escuchó ruido en el interior, se fue caminando despacio, se
acercó lo más que pudo para observar quién estaba adentro. Era la perrita. La
mitad era mujer y la mitad era animal y estaba cocinando. Entonces se retiró y
se tardó un poco, a propósito. Al cabo se acercó y la comida estaba hecha, la
perrita estaba echada. Empezó a comer, no dijo nada, y al otro día se repitió
lo mismo, se llevó a la perrita y ya sabía que la perrita iba a desaparecer. Y
en efecto, desapareció. Por la tarde el hombre llegó a su sencilla casa,
cercada con palos y ramas, y escuchó de nuevo los ruidos, pero esta vez no se
detuvo y sorprendió a la perrita cocinando. El hombre le dijo: “¿quién eres tú,
por qué me dejaste allá”. “Yo soy quien hace tus alimentos, pero no te enojes.
Si tú me quieres un poco yo voy a dejar de ser lo que soy, no voy a seguir
siendo la perrita que conoces, si me quieres un poco va a estar bien”. El
hombre tomó al animal mitad mujer y mitad perra, la abrazó y la besó y, en ese
momento, la perrita se transformó totalmente, fue toda una mujer. Y así
estuvieron viviendo, de tal manera que el hombre se iba a trabajar y la mujer
se quedaba en casa haciendo los quehaceres. Así fueron pasando los años, así
vinieron los hijos y así se pobló este pueblo de Ixtepec. Eso es lo que
nosotros sabemos.
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