Salimos de Santiago con destino al sur, en donde Chile se
incendia para desazón de todos. La mañana sigue siendo gris como en días
anteriores, aunque a la distancia se atisba la esquiva cordillera de los Andes.
La cordillera nevada en el invierno debe ser majestuosa, pero en verano es solo
un muro impresionante de cerros secos y pelones.
Los viñedos Gauciño en el sur de la ciudad capital nos dan
una probada de lo que nos espera adelante; ubicuos cartelones de Cervezas
Cristal (la Corona chilena) serán también en lo sucesivo una presencia
inamovible del paisaje.
Los incendios de bosques en la región de Constitución han
sido la noticia, aunque nuestra llegada marca la fecha de su declinación debido
a los ingentes esfuerzos del gobierno y las autoridades locales, desde luego
los heroicos bomberos, así como arrojos espontáneos de empresas y potentados
entre los que se cuenta un avión llamado el “Súpertanque”, traído por una
millonaria, que propició innumerables bromas entre los periodistas y la gente;
lo cierto es que los incendios declinan y llegan a su fin cuando nosotros
iniciamos nuestro viaje al sur.
Un balance del 2 de febrero cuantificó en 547 mil las
hectáreas consumidas por el fuego, 3,782 damnificados, 11 fallecidos, 1,047
casas quemadas y 1,108 ciudadanos albergados.1 El desastre desató la
emergencia en 72 comunas de las regiones de O’Higgins, Maule y Biobío,
precisamente en nuestro itinerario, lo que no dejaba de ser inquietante. ¿Qué
veríamos?, ¿qué oleríamos? Como sea,
nada más lejano de nuestro ánimo que la calamidad o la melancolía.
Nuestro primer tramo contempla el tránsito Angostura-Rancagua
hacia la ciudad de Concepción. Rápidamente obtuvimos una primera postal de la
cordillera de los Andes nevada y la extrañeza de una infografía carretera diferente
a la nuestra: “No botar basura”, pide un anuncio. Primera caseta: 700 pesos
chilenos; segunda caseta: 3,600. ¡Ah, jijo! Los chilenos llaman “lucas” a los
miles (tres lucas seiscientos), a los millones “palos”. Un dólar: 20 pesos mexicanos,
707 pesos chilenos, centavos más o menos. Ya nos vamos entendiendo, aunque es fácil
hacerse bolas.
El primer tramo del camino es acompañado por un hermoso sol,
pero no con el prometido calor de un ardiente verano que habíamos previsto. Uvas,
frutales, maíz. Cruzamos el puente del primer gran río, el Chachapoal. Seco. Hermosos
y frondosos sauces llorones, palmas, perales, álamos. No nos sorprenden
ciudades y pueblos llamados San Fernando, Talca, Curicó, Tinguiririca,
Chimbarongo, pero Peor es nada y Las siete tazas sí nos dejan pensando.
La famosa Vía 5 atraviesa Chile de norte a sur. Por la región
del Maule el paisaje se regodea entre verdes oscuros y claros de los diferentes
cultivos de riego perenne. Tierra de abundancia la de aquí. Ahí está Parral, la
breve patria de Neruda. Los anuncios espectaculares hablan de Enoturismo (relativo
a vinos) y el volcán El Mocho (también llamado Descabezado grande y chico, me
dice el informado Frank) y otro monte picudo nos acompañan a lo largo de
cientos de kilómetros, entre los que contamos numerosos puestos de “frutillas”
recién cosechadas. Parecen fresas: son fresas. Unos zopilotes (llamados jotes)
circundan unos restos y, uno de ellos, joven y retador, atraviesa la carretera
a baja altura.
Pronto son evidentes las numerosas áreas con monocultivo de
eucalipto que se distinguen fácilmente por su segmentación, los árboles
separados a una misma y breve distancia uno del otro; los tamaños parejos por
tener exactamente la misma edad, distribuidos en bloques rectangulares. Tristemente
bonitos, pues son árboles sanos, frondosos y sanos, pero que han sustituido el
bosque nativo para llenarle los bolsillos a alguien.¿Creando nuevos bosques? Un
despistado podría creer que sí, pero un joven estudiante mochilero que viaja
con nosotros de rait me explica que
el bosque, que es un ecosistema (un ecosistema está formado por un conjunto de
organismos vivos y el medio físico donde ellos se relacionan, una unidad
compuesta de organismos interdependientes que comparten el mismo hábitat,
aprecio después en Wiki), ahí ha desaparecido. Ya no hay nada sino un
monocultivo que en unos años será arrasado por las máquinas para volver a
sembrarlo y así, en un ciclo en el que no existen organismos asociados. El
eucalipto crece muy alto, regular y derechito, enfatizando su utilidad como
madera de uso, con poco follaje y troncos de entre 30 y 50 centímetros de
diámetro y entre 20 y 30 metros de altura. Hay campos con diversas edades:
recién plantados, de unos años, casi listos y en vías de ser cosechados a los
10 años de edad aproximadamente. El predio cosechado luce como un campo de
batalla donde se ha producido una masacre. Un páramo de palos desolado y sombrío.
Y, en algunos casos, ya se ha sembrado la siguiente generación.
¿Acaso me bajé a medir el grosor de los troncos? No, no fue
necesario. Innumerables camiones “bolilleros” recorren el camino cargados de
troncos con el señalamiento de su grosor. Nunca menor a 30 centímetros, muy
pocos de 50 y alguno extraordinario mayor a eso.
Antes de llegar a Concepción, por Talcahuano, es posible
advertir los primeros signos de los incendios que han convulsionado a los
chilenos en este inicio de año. Olor a quemado.
El océano Pacífico aparece de improviso un poco antes de
llegar a la histórica ciudad de Concepción, escenario de acontecimientos,
terremotos y tsunamis memorables. Un enorme puerto industrial ubicado en la
bahía del mismo nombre fundada en el siglo XVI por el mismísimo Pedro de
Valdivia. Ahora es una metrópoli de al menos tres ciudades que se extiende
hasta la península de Tumbes.
Tras unas diligencias en el centro de Concepción seguimos
nuestro viaje al sur y antes de abandonar del todo la ciudad contengo la
emoción al contemplar el enorme puente que cruza el histórico y majestuoso río Bío
Bío, protagonista principal en la larga lucha de varios siglos entre españoles
y mapuches. En la preparación del viaje estuve leyendo muchos materiales sobre
Chile, entre ellos el libro fundamental de José Bengoa,2 que narra a
detalle los pormenores de esa lucha que dura encarnizada hasta la llamada paz
de Quilín en 1646. Por supuesto la lucha sigue hasta el día de hoy, pero aquel
tratado sin duda impidió una carnicería mayor de los enconados ejércitos tras
un siglo de lucha sin cuartel, que además es un acuerdo inédito entre el reino
español y un pueblo originario, en el que los españoles aceptan no encomendar,
ni esclavizar y ni siquiera utilizar la mano de obra indígena en sus
asentamientos; no recibir tributo alguno de esos pueblos y darles libertad
religiosa para creer en lo que deseasen, así como de movimiento entre sus
tierras siempre que fuera hecho todo eso al sur del Bío Bío, que marcaba ahora
la frontera de Nueva Extremadura, llamada posteriormente Reino de Chile. Su
única obligación era ser súbditos del rey español.
El Bío Bío es un gran río que en este punto luce hermoso y
de una anchura impresionante. No lo sabíamos, pero la aventura nos habría de
llevar, semanas después, a las tierras en donde se origina este enorme caudal,
el Alto Bío Bío que en ese momento no tenía manera ni de soñar en conocer.
Pasando por las afueras de la población de Lota fue posible
advertir los primeros signos de pobreza chilena (al fin), que había buscado
inútilmente desde nuestra salida de Santiago en los pueblos y en las entradas
de ciudades, pero que no había podido ver. Como sea, nada comparado a nuestra
miseria, aquí se trataba de casitas humildes y un poco destartaladas. Lota
también es una exitosa playa llena de paseantes.
Viajamos por la carretera costera hacia Araujo acompañados
por el mar. Pequeños lagos habitados de patos rodeados de verdor. Aquí el
camino adquiere súbitamente una singular personalidad. Una arquitectura muy
definida y de la cual tendré oportunidad de hablar más tarde y los atisbos de
una lucha social que no aparece en las páginas de sociales. “No a las cuotas
regionales del bacalao”, reza un letrero en una lancha que ahora es
escenografía a la vera del camino.
La comuna Los Álamos, a los pies de un gran cerro, es una
población de casas bonitas de madera que veremos a lo largo de nuestro
recorrido por sur chileno. Por ahora vamos hacia Cañete, en territorio de la Araucanía.
Pasamos por Antihuala, el primer poblado netamente mapuche que luce
extrañamente vacío a las 7:30 de la tarde (aquí anochece pasadas las nueve), ni
un alma en las calles ni frente a sus casas. Huillinco, otro pueblito del
camino, nos ofrece de forma más compacta y armónica otra muestra de la
arquitectura del sur.
La luz del atardecer ayuda a resaltar los contrastes del
verde e incrementa la belleza de estos parajes. Un anuncio carretero nos
informa que vamos ahora por la “Ruta originaria”. A las 8 de la noche, con muy buena
luz del día todavía, llegamos al pueblo maderero de Cañete, donde advierto una
“desarmaduría” (un deshuesadero), pasamos Reputo (no quise investigar sobre su
gentilicio), luego Lanalhue, el primer lago de nuestro recorrido y, unos
treinta minutos después, Frank anuncia la llegada a nuestro primer destino del
viaje al sur: el lago Lleulleu.
Las fotos, cortesía de Malú Méndez Lavielle.
1 Navarro Brain, Alejandro, Incendios: se agotó el “modelo”
forestal neoliberal, El Ciudadano, 2 de febrero de 2017
2 Bengoa, José, Historia de los antiguos mapuches del sur, Catalonia,
2008, un regalo, por supuesto, de Cris.
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