miércoles, 10 de mayo de 2017

Viaje el sur: Cochamó

De Ensenada, en la costa sur del enorme lago Llanquihue, viajamos a la comunidad de Ralún en el borde superior del estero de Reloncaví que marca el fin del valle central y es considerado el inicio de la Patagonia chilena. No es un trayecto corto, atravesamos una zona alta y montañosa donde el monocultivo de pino radiata y eucaliptus vuelve a percibirse con fuerza, aunque localizados entre enormes porciones de abundante vegetación de lo que parece bosque nativo de distintas épocas. Dos tocones muy gruesos tirados a la vera del camino son emisarios solitarios del bosque anterior, más robusto y antiguo que el menudo bosque que se aprecia hoy.

Un afortunado implemento de las carreteras del sur chileno son las contenciones de las curvas hechas íntegramente de madera, con troncos cortados longitudinalmente por la mitad y enfilados a lo largo de la curva, de modo que dejan de ser postes y se convierten en contenciones tan útiles como los de metal. Asimismo, las casetas de buses que en ciertas comunas son verdaderas cabañitas, confortables y térmicas en invierno.
La mayor parte de estos caminos son de terracería en buen estado, dadas las secas, que nuestros amigos emprenden con entusiasmo como si se tratara de autopistas, apenas si bajan la velocidad. El enorme río Petrohué desemboca en el Estuario de Reloncaví, donde tenemos la primera vista del mar del sur chileno que se fragmenta más adelante en millares de islas que le dan sustento a la geografía chilena del sur. En este punto, me informa Frank, la cordillera de la costa inicia su final hundimiento (la isla de Chiloé) para terminar bajo el mar más al sur.

El estero de Reloncaví es un brazo del mar de unos 400 kilómetros por 10 de ancho que penetra el continente y marca una frontera entre el Parque Nacional Alerce Andino con lo que llaman el Chiloé continental, el territorio frente a la enorme isla que vamos a recorrer en los siguientes días, estacionándonos en primera instancia en Cochamó, un alegre pueblito conocido por sus enormes cerros y paredes verticales de granito, que son usadas por centenares de jóvenes y familias para escalar cada verano. Hay decenas de camping en paralelo al río Cochamó, algunas mejor equipadas que otras, y con un poco de suerte hasta con baños. Pero no tuvimos esa suerte y nuestro camping contaba con unas letrinas insufribles, obligando a los paseantes a utilizar el bosque de letrina. Mala idea.

Antes de acampar a unos 15 kilómetros del pueblo, recorrimos Cochamó, una comuna de reciente creación (1979) pero de antigua prosapia, pues se sabe de asentamientos prehispánicos en esta región. De hecho, Cochamó proviene de la voz mapudungun Kocha-mo, que quiere decir, "donde se unen las aguas", debido a que el estuario de Reloncaví lo une al mar. Cuenta con la iglesia completamente fabricada en madera dedicada a María Inmaculada, con las típicas tejas horizontales para el exterior de la arquitectura local, idea que se replica en todos lados, en las casas antiguas, los comercios y todo está construido con ellas. Por supuesto comemos moras empolvadas en las calles de tierra y nos abastecimos para una “encerrona” de tres días metidos en el bosque.

El camping nos recibe con millones de abejas habitantes de un centenar de panales a escasos 50 metros de nuestras tiendas, en un claro rodeado de árboles de ulmo cuyas florecitas blancas son el alimento básico de las pacíficas pero ruidosas recolectoras. La miel resultante es especialmente deliciosa. A pesar de estar permanentemente rodeados de abejas, nunca tuvimos el menor inconveniente con ellas durante tres días. Tampoco con unos caballos que atravesaban la zona de campamento con familiar sosiego.

La zona de camping está situada en un enorme cañón de unos 500 metros de ancho, rodeado de montañas arboladas que desde nuestra ubicación parecen dos enormes y gigantescos brócolis de follaje trabado. Decenas de camping abarrotados de turistas en la ribera de un río cristalino en lo que se sustenta el principal atractivo. Y escalar, que de eso se trata. Sentado en la espesura de la noche disfrutamos de un espectáculo estelar fuera de toda proporción. Una noche conté tres satélites artificiales cruzando la bóveda celeste; las imponentes nubes de Magallanes, la luminosa Sirio.

Con la encomiable voluntad en nuestros amigos por transitar los caminos de tierra, a los que se avocan sin pensarlo, luego de tres días bajamos a lo largo del estuario de Reloncaví y pasamos por pueblitos como Llaguepe, Chaparano, Puelche, Mañihueico, con la montaña nevada Martín de paisaje, que domina de Cochamó a Puelo, ante la indiferencia del volcán Apagado, muerto como su nombre indica.


Río Puelo es un hermoso pueblecillo que homenajea tal vez al famoso Lago Puelo de Argentina, me comenta Frank, sus casas con techos de lámina galvanizada de dos aguas, y claro, tejas de madera que usan para las paredes exteriores de las casas. En la placita, frente a una agraciada y pequeña iglesia de madera con una sola torre frontal, tres cóndores de lámina en diferentes poses dominan la acera. Son los únicos cóndores visibles en nuestra estancia. 

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