De Ensenada, en la costa sur del enorme lago Llanquihue,
viajamos a la comunidad de Ralún en el borde superior del estero de Reloncaví
que marca el fin del valle central y es considerado el inicio de la Patagonia
chilena. No es un trayecto corto, atravesamos una zona alta y montañosa donde
el monocultivo de pino radiata y eucaliptus vuelve a percibirse con fuerza,
aunque localizados entre enormes porciones de abundante vegetación de lo que
parece bosque nativo de distintas épocas. Dos tocones muy gruesos tirados a la
vera del camino son emisarios solitarios del bosque anterior, más robusto y
antiguo que el menudo bosque que se aprecia hoy.
Un afortunado implemento de las carreteras del sur chileno
son las contenciones de las curvas hechas íntegramente de madera, con troncos
cortados longitudinalmente por la mitad y enfilados a lo largo de la curva, de
modo que dejan de ser postes y se convierten en contenciones tan útiles como
los de metal. Asimismo, las casetas de buses que en ciertas comunas son
verdaderas cabañitas, confortables y térmicas en invierno.
La mayor parte de estos caminos son de terracería en buen
estado, dadas las secas, que nuestros amigos emprenden con entusiasmo como si
se tratara de autopistas, apenas si bajan la velocidad. El enorme río Petrohué
desemboca en el Estuario de Reloncaví, donde tenemos la primera vista del mar
del sur chileno que se fragmenta más adelante en millares de islas que le dan
sustento a la geografía chilena del sur. En este punto, me informa Frank, la
cordillera de la costa inicia su final hundimiento (la isla de Chiloé) para
terminar bajo el mar más al sur.
El estero de Reloncaví es un brazo del mar de unos 400 kilómetros
por 10 de ancho que penetra el continente y marca una frontera entre el Parque
Nacional Alerce Andino con lo que llaman el Chiloé continental, el territorio
frente a la enorme isla que vamos a recorrer en los siguientes días, estacionándonos
en primera instancia en Cochamó, un alegre pueblito conocido por sus enormes
cerros y paredes verticales de granito, que son usadas por centenares de
jóvenes y familias para escalar cada verano. Hay decenas de camping en paralelo
al río Cochamó, algunas mejor equipadas que otras, y con un poco de suerte
hasta con baños. Pero no tuvimos esa suerte y nuestro camping contaba con unas
letrinas insufribles, obligando a los paseantes a utilizar el bosque de
letrina. Mala idea.
Antes de acampar a unos 15 kilómetros del pueblo,
recorrimos Cochamó, una comuna de reciente creación (1979) pero de antigua
prosapia, pues se sabe de asentamientos prehispánicos en esta región. De hecho,
Cochamó proviene de la voz mapudungun Kocha-mo, que quiere decir, "donde
se unen las aguas", debido a que el estuario de Reloncaví lo une al mar.
Cuenta con la iglesia completamente fabricada en madera dedicada a María
Inmaculada, con las típicas tejas horizontales para el exterior de la
arquitectura local, idea que se replica en todos lados, en las casas antiguas,
los comercios y todo está construido con ellas. Por supuesto comemos moras
empolvadas en las calles de tierra y nos abastecimos para una “encerrona” de
tres días metidos en el bosque.
El camping nos recibe con millones de abejas habitantes de
un centenar de panales a escasos 50 metros de nuestras tiendas, en un claro
rodeado de árboles de ulmo cuyas florecitas blancas son el alimento básico de
las pacíficas pero ruidosas recolectoras. La miel resultante es especialmente
deliciosa. A pesar de estar permanentemente rodeados de abejas, nunca tuvimos
el menor inconveniente con ellas durante tres días. Tampoco con unos caballos
que atravesaban la zona de campamento con familiar sosiego.
La zona de camping está situada en un enorme cañón de unos
500 metros de ancho, rodeado de montañas arboladas que desde nuestra ubicación
parecen dos enormes y gigantescos brócolis de follaje trabado. Decenas de camping
abarrotados de turistas en la ribera de un río cristalino en lo que se sustenta
el principal atractivo. Y escalar, que de eso se trata. Sentado en la espesura de
la noche disfrutamos de un espectáculo estelar fuera de toda proporción. Una
noche conté tres satélites artificiales cruzando la bóveda celeste; las
imponentes nubes de Magallanes, la luminosa Sirio.
Con la encomiable voluntad en nuestros amigos por transitar
los caminos de tierra, a los que se avocan sin pensarlo, luego de tres días bajamos
a lo largo del estuario de Reloncaví y pasamos por pueblitos como Llaguepe,
Chaparano, Puelche, Mañihueico, con la montaña nevada Martín de paisaje, que
domina de Cochamó a Puelo, ante la indiferencia del volcán Apagado, muerto como
su nombre indica.
Río Puelo es un hermoso pueblecillo que homenajea tal vez
al famoso Lago Puelo de Argentina, me comenta Frank, sus casas con techos de
lámina galvanizada de dos aguas, y claro, tejas de madera que usan para las
paredes exteriores de las casas. En la placita, frente a una agraciada y
pequeña iglesia de madera con una sola torre frontal, tres cóndores de lámina
en diferentes poses dominan la acera. Son los únicos cóndores visibles en
nuestra estancia.
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