El 15 de abril de 2009 un músico francés enervó a las autoridades mexicanas por sus declaraciones sobre la brutal represión de la policía a los pobladores de San Salvador Atenco tres años antes; lo acusaron de desacato a la autoridad y fue medio corrido del país. Era Manu Chao, un artista multicolor muy conocido para entonces por su intransigencia con los autoritarismos.
Manu Chao nació en París el 21 de junio de 1961 en una pareja española exiliada de la dictadura franquista; hijo de un periodista, su infancia fue arropada con el humo de incontables cigarrillos que las discusiones intelectuales consumían en la sala de su casa. Él y su hermano Antoine crecieron en un ambiente de libertad y soltura que les permitió desde muy jovencitos elegir el camino de sus vidas: serían músicos.
De adolescentes comenzaron sus correrías en el metro y en las calles de París que, más pronto que tarde, se convirtieron en grupos musicales con nombres chistocitos como Hot Pants y Los Carayos, de efímera existencia. Un buen día de 1987, en compañía de su amigo Santiago Casiriego, que tocaba la batería, los hermanos, con Antoine en la trompeta y Manu en la guitarra, fundaron Mano Negra que los llevaría a dejar, tal vez contra su voluntad, la vida callejera.
Mano Negra vino a ser una bocanada de aire fresco en una agotada escena de la música alternativa de la capital francesa. Estos jóvenes de estilos y lenguajes diversos cantaban lo mismo en francés que en español, portugués, gallego o inglés. Su sonido provenía igualmente de destinos improbables, era una combinación de rock, rumba, hip-hop, salsa, raï y punk que algún ingenioso bautizó como estilo Patchanka, derivado de la alegre pachanga que se armaba cada vez que acometían sus ritmos.
Mano Negra fue un éxito rotundo en países como Holanda, Bélgica, Alemania e Italia y, a partir de los años 90, en América Latina. Luego de su gira por Estados Unidos como teloneros de la banda Iggy Pop, cuando su material era fundamentalmente en inglés, Mano Negra concentró sus objetivos al subcontinente latinoamericano donde los Chao encontraron una esencia que sin duda andaban buscando con su heterogéneo combo multirracial, su lucha por la libertad, los ideales políticos, el amor porque sí, la vida marginal y la inmigración.
Convencidos de su extraña cruzada, en 1992 Mano Negra se embarcó en un barco alquilado y en él recorrieron ciudades y pueblos costeros de México, Colombia, Venezuela, Brasil y Santo Domingo actuando en barriadas y pueblos de las selvas, elevando su activismo a niveles casi mitológicos y predicando impresentables adhesiones a movimientos contestatarios como el altermundista Attac, los zapatistas mexicanos, los sin tierra brasileños y cantando a favor de la marihuana.
Tanta actividad artística, ideológica y espiritual desgastó a Mano Negra y provocó su disolución en 1995. Chao fundó entonces Radio Bemba, trinchera desde la que fraguó su siguiente atentado: Clandestino, “la música del siglo XXI” consideró The New York Times, impresionado por la avalancha humana que provocó su presentación en Central Park. Clandestino vendió cinco millones de copias, pero lejos de provocar alguna reingeniería comercial en los proyectos de Manu Chao, lo que hizo fue que el músico francés se refugiara en un espectáculo de circo que presenta en pueblos aledaños a su residencia en Barcelona, España. Ese es Manu Chao, un bicho raro, que hoy cumple 56.
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