Nuestro regreso hacia el centro de Chile por la autopista
Panamericana nos condujo bajo la lluvia hasta la ciudad de Osorno, tierra de
alemanes con una arquitectura variopinta y las características uniformadoras
comunes de nuestras principales ciudades. Una ciudad grande y simplona con una
extraña iglesia de aliento gótico modernista (auto sic), donde gracias a un oportuno
extravío se nos permitió apreciar algunos barrios muy bonitos y elegantes, con
casas y mansiones de arquitectura alemana, según nos dicen, algunas
espectaculares. Llegamos a un campin municipal con muy buenas instalaciones y,
al día siguiente, temprano, emprendimos nuestra última aventura por el sur
chileno en la Reserva Natural Ralco, el origen natural del río Bíobío, en lo
que también se conoce como Alto Bíobío.
De Santa Bárbara tomamos 50 km de terracería hacia los
altos de Pemehue, también reserva natural. Atravesamos la Hidroeléctrica de El
Pangue, un histórico sitio en donde hace relativamente poco jugaron un papel
muy importante las hermanas mapuche-pehuenche Berta y Nicolasa Quintreman.
En 1990 el Ministerio de Economía autorizó la construcción
de la central hidroeléctrica Pangue, primera etapa de un plan cuyo objetivo
final era la construcción de una serie de seis centrales en el río Biobío. De
inmediato surgió una fuerte oposición al proyecto. Se criticó la alteración de
las formas de vida de siete comunidades mapuche pehuenches que residían en el
área de inundación del proyecto y el cambio ecológico que sufriría la cuenca
del río Biobío. A principios de noviembre de 1992 más de 300 mujeres y diversos
representantes indígenas participaron de un solemne ritual en el Alto Biobío
contra la central Pangue. La presión ejercida por los grupos contrarios a la
construcción de la central incluso interesó a sectores ecologistas
norteamericanos, quienes se sumaron a la causa. El conflicto llegó a los
tribunales de justicia donde, finalmente, en 1993, la Corte Suprema acogió la
apelación interpuesta por la empresa Pangue, S.A., dejando sin efecto el fallo
de la Corte de Apelaciones de Concepción y permitiendo la construcción de la
central.
Un conflicto aún más difícil de resolver fue el que se
suscitó en 1994 a raíz de la construcción de Ralco, la segunda central
hidroeléctrica en el Biobío. Si bien hubo una férrea oposición de ecologistas e
indigenistas, muchos pehuenches aceptaron la permuta de tierras ofrecida por
ENDESA. No obstante, las hermanas Berta y Nicolasa Quintremán se opusieron
tenazmente a salir de sus tierras en recuerdo de sus antepasados y de los
derechos ancestrales que poseían sobre las tierras. ENDESA solo pudo solucionar
el conflicto con las hermanas Quintremán en el 2003, prácticamente diez años
después que CONAMA recibiera los términos de referencia para realizar el
Estudio de Impacto Ambiental de la Central Hidroeléctrica Ralco.1
En estas latitudes el clima cambia radicalmente, ahora hay
calor, moscos, abejas asesinas y paz sepulcral en un desolado paraje frente al
gran río Bíobío. Nuestro campamento (“Territorio pegüense”, en la pluma de la
entrada), completamente vacío de turistas, ocupa tierras de Ralco, en El
Pangue, dentro de la Reserva Natural Alto Bíobío. Las “abejas asesinas”,
llamadas así porque eran salvajes y no pertenecían a ningún panal “civilizado”,
no nos dejaban comer en el exterior de los vehículos, se juntaban por decenas
en torno a cualquier plato o bocado de comida, pero en realidad ese fue su
único crimen en los tres días que duró nuestra estancia. Una breve dosis de un
vaso de cerveza Cristal (4.6°) al mediodía, nos provocó una reacción
desmesurada. ¡Hic! Luego de dos días, ante las alternativas de retornar a
Santiago o internarnos más en la reserva, hacia la frontera argentina, Cris
hizo ganar la segunda opción y el tercer día emprendimos un largo trayecto por
terracería con destino a la laguna de El Barco, a menos de 50 km de la frontera
argentina del paso Copahue.
El trayecto fue un poco fatigoso, bajo un intenso sol y
mucho polvo del camino. Parte importante del cansancio correspondía a que era el
día 17 de nuestra prolongada aventura en campamentos, con todo lo que ello
implica.
En el camino apreciamos antenas de educación satelital en
las pequeñas comunidades y la existencia de señal de internet, lo que fue una
novedad en nuestro viaje donde privó la incomunicación. Sobresalen los postes
de electricidad en la profunda sierra equivalente a un esfuerzo muy importante
de la compañía de luz, y desde luego algo que no ajeno a esa “modernidad” como
la siembra masiva de pinos radiata y eucaliptos al por mayor, por todos lados.
Por primera vez pude apreciar pobreza verdadera en los
caseríos pehuenches montados en las laderas. En la comunidad Ralco Repoy un
“Jardín infantil étnico” muy modesto, como el resto de la infraestructura que
ampara todas estas rancherías alejadas de todo; hasta en las paradas del bus se
aprecia esa baja de calidad, algunas de plano destruidas.
Circulamos entre los volcanes Copahue y Callequí, ambos en
ostensible actividad. Y a través de subidas abruptas, paisajes espectaculares
del río, sembradíos de alfalfa, quilas -que es un arbusto abundante en montes y
cañadas-, casas muy altas de dos aguas con un alto pórtico y una terrorífica
deforestación, arribamos, tras dos kilómetros de caminata bajo el sol por las
condiciones del camino, a la comunidad pehuenche de El Barco, un parque público
con una laguna rectangular que tiene una pequeña isla con un árbol en el centro
¿el barco?
Antes de llegar, por fin, en una cañada con altos cerros
coronados de araucarias que conduce el río que lleva a la laguna, un pequeño
bosque de araucarias, el icónico árbol sagrado de los mapuches que llega a
medir hasta 50 metros y a vivir hasta 2 mil años. Las ramas de la araucaria se
van cayendo a medida que crece, de forma que en su vida adulta solo tiene ramas
en la parte superior. De sus hojas-escamas se extraen las semillas (pehuén)
para comerlas y para preparar el chvid, un licor muy fermentado que no llegué a
probar.
Para nuestra sorpresa, El Barco rebosaba de turismo de
apariencia regional; familias de chilenos humildes descansando y comiendo,
amenizados por enormes equipos de sonido con música popular. Sin ninguna
evidencia geológica me atrevo a pensar que El Barco quizás es un enorme cráter
colapsado en un tiempo remoto, pues todo el cuerpo de agua está rodeado por una
ladera circular. Y al Este del espejo de agua, el volcán Copahue, que comparte
su cuerpo con Argentina, en permanente actividad con abundantes fumarolas. Metimos
los pies al pequeño río que desembocaba ahí para experimentar el agua más fría
que he sentido en mi vida, incapaz de permanecer más de diez segundos con los
pies sumergidos.
Retornamos de noche a nuestro campamento en Ralco, junto al
río, quemados por el sol, exhaustos de camino, de tierra, de hambre. Agotados
de nuestras aventuras y admirados de la vitalidad de Cris que hubiera
prolongado ese viaje por semanas o meses con tal de no retornar a sus rutinas
de Santiago. Pero, es una pena aceptarlo, era la única portadora de ese
entusiasmo.
1 Memoria chilena. Biblioteca Nacional de Chile, http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-96731.html
Fotos
cortesía de Malú Méndez Lavielle.
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