Lograda la restauración
de la República, el país había expulsado a los invasores extranjeros pero sufría
conflictos de armas prácticamente en todo el territorio, el talón de Aquiles de
las comunicaciones eléctricas, como el telégrafo, que dependen del buen estado de sus instalaciones a la
intemperie. El pan de cada día en la República Restaurada eran las
comunicaciones suspendidas por robo de alambre, destrucción de postes, asalto y
matanza de constructores. Instalar una línea telegráfica, con el consiguiente
desembolso particular o federal, era un riesgo que pocos estaban en condiciones
de afrontar.
En consecuencia, los
gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada, entre 1867 y 1872, se dedicaron a
sostener en pie las líneas de los territorios vigilables; el resto de la
República, era indispensable que esperarse una pacificación.
En 1867 –afirma Luis
González y González en su ensayo El Liberalismo Triunfante–, los liberales
tenían en las comunicaciones "una fe ciega en su capacidad
redentora". No sólo Juárez y Lerdo como presidentes, sino lo más selecto
de la opinión pública y la intelectualidad. El decano del periodismo mexicano,
Francisco Zarco, escribió: "...decretamos ferrocarriles, caminos (...)
para comunicar espiritual y materialmente al país". La comunicación era percibida
como el elemento fundamental para una posible y muy deseada pacificación. José
María Vigil, uno de los dieciocho intelectuales civiles de la República
Restaurada, antepone como condición del desarrollo la "urgencia de la
hechura de caminos de hierro"; Manuel María de Zamacona, ex-ministro de
Relaciones y prominente escritor, iba mas lejos: "Los caminos de hierro resolverán
todas las cuestiones políticas, sociales y económicas que no han podido
resolver la abnegación y la sangre de dos generaciones".1
No era poco lo que
había que resolver, pues la naturaleza también se encargó de frenar
trágicamente las iniciativas. Una secuencia de desastres naturales dieron un
siniestro colorido a la década del 77 al 86: "Hubo temblores trepidatorios
a lo largo de la Costa del Pacífico; un par de erupciones del volcán de Colima;
granizadas, tormentas e inundaciones en el centro y en la región del Golfo; fuertes y sucesivas heladas a lo largo
y ancho de la Altiplanicie; en 1881, plaga de langostas en la comarca del
Istmo; en 1882, epidemia de vómito en el noroeste (...) y día tras día los
azotes de la enteritia, la tosferina, la neumonía, el paludismo, la viruela, el
tifo y docenas de aizootias y plagas."2
Entre lo más
significativo del periodo de Juárez, en su reaparición, se cuenta la serie de
reformas administrativas dictadas por su flamante Ministro de Fomento,
Colonización e Industria, Blas Balcárcel. El ministro era consciente de la
importancia que estas reformas tendrían para el futuro del sistema telegráfico.
En sus Memorias al presidente Juárez sobre el año legislativo de 1868-69,
Balcárcel afirma que cuando en el futuro se estudie su gestión al frente de esa
Secretaría, "se reconocerá que (México) ha entrado vigorosamente en un
periodo de regeneración civilizadora (...) sustituyendo al imperio de la fuerza
con el sufragio del pueblo".3
En marzo de 1867 el
presidente Juárez decretó la "federalización" de los telégrafos, que
venían funcionando por medio de concesiones a empresarios privados.
Federalización clara en el papel, no en los hechos. Si bien es apreciable la
iniciativa de enfrentarse a un poderoso grupo de empresarios en tiempos de
levantamientos cotidianos, el presidente Juárez no hace sino lo mismo que hizo
Maximiliano en su momento: los telégrafos son del Estado, pero por el momento
que los construyan particulares. Si bien Balcárcel mostró mayor energía que el
ministro de Maximiliano lanzando la ley antes de negociar con los empresarios,
lo cierto es que los telégrafos siguieron teniendo las mismas cuatro
modalidades de propiedad que cuando lo dirigió el malhadado emperador:
federales, subvencionadas por el congreso, estatales y particulares.
Las reformas consistían
en ajustes administrativos y vigilancia en las líneas, fundamentalmente. A los
telegrafistas de las oficinas de México, León y San Luis Potosí se les ordenó
que, en lo sucesivo, no podrían retirarse de sus oficinas al concluir el turno
de la noche "sin que los trabajos en general de la línea se hayan
terminado". Se buscó regularizar los adeudos federales sobre uso de líneas
telegráficas particulares, exigiéndose que al finalizar cada mes fuera remitido
al ministerio el estado de cuenta de sus adeudos, "sin cuyo requisito no
se hará a usted el abono correspondiente", ordenándoles especificar los
sueldos de sus empleados y mostrar copias de los pagos para su constante
revisión.
El 24 de abril de 1868
Balcárcel lanza un decreto que servirá como anticipo a un reglamento general
expedido el 1 de enero del siguiente año. En este hace recomendaciones a los
empleados para el buen uso de los equipos y las líneas, así como para el mejor
aprovechamiento de su labor. Resalta la atención de la novena cláusula por
contener un dato que no deja de sorprender a los telegrafistas de nuestra
época, pues para ellos es común enviar mensajes al otro lado de la línea por
medio de su magneta, accionando en el vibrador o llave el código Morse; o bien,
recibirlos en el mismo código con el sonador al lado de la oreja, a la vez que
lo transcribe con su máquina de escribir.
Cuando el telégrafo
llega a México- y como se comprueba en el contenido de esta cláusula, bastante
más tarde-, no se transmitía la clave Morse "de oído", como
invariablemente sucedió después, sino que se transmitía con un sistema parecido
al télex moderno, aunque más complicado (modelos como el teleimpresor
"Hughes"), donde era necesaria la perforación de una cinta "en clave
Morse", para luego ser instalada en el transmisor, copiándose a su vez
otra cinta en el aparato receptor.
El telegrafista que
recibía el mensaje sabía "leer" la clave Morse escrita en la cinta,
pero no sabía "oírla", pues las características del aparato no
estaban diseñadas para ello. A través de los años, con un servicio cotidiano y
una legislación que les prohibía separarse de los aparatos, los telegrafistas
empezaron a percatarse de que la cinta era un aditamento inútil -además de
costoso-, ya que entendían el mensaje con solo escuchar los puntos y las rayas
del aparato perforador del transmisor. Esta "habilidad" no causó
alborozo a las autoridades ni mucho menos, quienes, extrañas a los pormenores
técnicos de la telegrafía, creyeron que "podría prestarse a malos
entendidos"; o bien, equivocar el sentido de los mensajes si los
telegrafistas empezaban a omitir el servicio de la cinta, que era "exacto
y probatorio". Y en razón de que empezaban a correr los chismes, cada vez
más frecuentes, de que ciertos telegrafistas de por aquí y de por allá tenían
la capacidad de captar el mensaje al vuelo del oído, Balcárcel dicta esta
novena cláusula que habla por sí sola:
"Queda expresamente
prohibido a los empleados recibir simplemente al oído los mensajes que les
dirigen otras oficinas, pues siempre deberán dejar correr el papel de la
máquina, y cuyo papel también se archivará para aclarar las dudas que pueden
ocurrir."4
Otra de las tareas que
emprendió Balcárcel fue la de legislar una tarifa telegráfica homogénea en toda
la república, para lo que dictó una serie de circulares que no tuvieron el
menor efecto, pues ese era un asunto de los dueños de las líneas que las
imponían a partir de sus propios gastos y problemas, y tuvo que conformarse
finalmente con solo igualarlas en las líneas federales. Optó entonces por
presionar a partir de la ley de la oferta y la demanda, decretando una
reducción en las tarifas de las líneas del gobierno de un 33 por ciento
respecto a las empresas particulares, puesto que, argumentó, "no se ha
procurado tener un objeto de lucro, sino facilitar lo más que sea posible las
comunicaciones".5
El 3 de junio ordena
por medio de circular a todos los telegrafistas del país, sobre todo aquellos
situados en la región sísmica del territorio mexicano, que registren los
pormenores de cualquier movimiento telúrico o fenómeno natural catastrófico,
registrando la hora exacta del inicio, duración, intensidad, características,
así como sus consecuencias, para "remitirlos inmediatamente a este Ministerio".
Pero con todo, no era este tipo de catástrofes lo que a Barcárcel le interesaba
remediar, puesto que él como nosotros sabía que en su mayoría son
irremediables, sino aquellas que tenían que ver con la conducta humana
"criminal", tanto de cuello blanco como de otros colores menos
impolutos. Avisado de que los militares estaban abusando del servicio de las
líneas federales para tratar extensos asuntos personales, dispuso que se
prohibía este tipo de comunicación "gratuita", conminando a los
abusivos a pagar sus justos precios, así como a usar "el estilo lacónico
que se acostumbra en las comunicaciones telegráficas".
Por último, en cuanto a
reformas balcarcelistas en el Ramo, el secretario insistió en la seguridad de
las líneas telegráficas, "excitando" a los jefes militares,
autoridades civiles, dueños de líneas, así como a los propios telegrafistas a
que hicieran lo posible por que las líneas del telégrafo se mantuvieran en un
estado saludable, pues eran tantos y tan frecuentes los perjuicios a manos de "mal
intencionados", que hacían de este problema uno de los impedimentos
principales de la administración para el desarrollo de las comunicaciones,
haciendo recomendaciones para su rápida restauración.
Como se dijo, las
Reformas Balcárcel culminaron en el Reglamento General del Ramo de Telégrafos,
decretado el 01 de enero de 1869, que a grandes rasgos contempla lo que ya observaba
el reglamento de Maximiliano, decretado en noviembre de 1865, que trazó los
lineamientos generales y fundamentales de la legislación telegráfica. Salta a
la vista, sin embargo, el contenido de aquélla
cláusula novena que prohibía a los telegrafistas recibir los telegramas
de "oído", repitiendo la orden en los artículos 33 y 34, y
exigiéndoles que "diariamente se marcará la tira, donde comienza el
trabajo y donde termina".6
La propiedad de las
líneas telegráficas también fue objeto de atención del ministro Balcárcel, por
lo menos en cuanto a dejar claro cómo estaban las cosas, lo que no había
ocurrido anteriormente. Como se dijo, hasta ese momento la propiedad de las
líneas tenía cuatro modalidades: las administradas por el Gobierno de la
República, que llamamos líneas federales; las que tienen subvención concedida
por el Congreso; las administradas por
los gobiernos de los Estados y las sostenidas por particulares.
La situación de las
líneas era esta: estaban a cargo de la Federación las de
México-Querétaro-Guanajuato-León, con un ramal entre Dolores Hidalgo y
Guanajuato: la de San Luis Potosí a Matehuala, que estaba prolongándose hasta
Matamoros y que tenía en funciones el tramo de Saltillo a Monterrey, y la de
Sisal a Mérida. Estaban subvencionadas por el Congreso las de
Tlalpan-Cuernavaca; México-Toluca; Zacatecas-Durango; Durango-Mazatlán, que aún
no empezaba a funcionar, y la de Veracruz-Tampico. Dependían de los gobiernos
de los estados la de Oaxaca-México, al gobierno de Oaxaca, y la de
Zacatecas-San Luis Potosí, al gobierno de Zacatecas. Y por último, dependían de
empresas particulares las líneas: México-Veracruz, de dos conductores, uno por
Jalapa y otro por Orizaba, con ramales hacia Tehuacán, pasando por la Cañada de
Ixtapan, y de Perote a Jalancingo; las líneas de León a Guadalajara y
Manzanillo, con ramal de San Juan de los Lagos a Aguascalientes; y la línea del
Ferrocarril Mexicano, dividida en dos tramos: uno de México-Puebla y otro de
Veracruz-Paso del Macho.
Había casos de líneas
federales que no convenía mantenerlas en propiedad, por lo que se pretendía que
el gobierno del estado que atravesara -de preferencia- las adquiriera, y de no
ser posible se buscaba a un particular interesado. Eso sucedió con la línea
Zacatecas-San Luis Potosí que perteneció a la Federación hasta 1870, siendo
rematada ese año, pues "resultaba gravosa al erario del Estado debido al
déficit que resultaba en las operaciones contables, que imposibilitaba su
atención y mantenimiento."7
Así, se propuso al
Gobernador y Comandante Militar del Estado, Sr. T. García, su adquisición,
convenciéndole para que, "parte del dinero de las operaciones" se
destinara a amortizar la deuda que el estado de Zacatecas tenía con la
Federación.
El Plan de la Noria,
suscitado a la muerte de Benito Juárez en 1872, destruyó líneas sobre todo en
los estados de Oaxaca, San Luis Potosí y Aguascalientes, siendo finalmente rehabilitadas
en el interinato que Sebastián Lerdo de Tejada quien, en papel de Presidente de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tuvo el privilegio de acceder.
Durante su gobierno, en
términos de comunicaciones, Lerdo poco o nada más que Juárez pudo hacer. Se
siguieron instalando tímidamente líneas telegráficas y vías para ferrocarriles,
más por iniciativas particulares que del gobierno. Como se sabe, el presidente
Lerdo acabó su periodo provisional, logrando reelegirse en los comicios de 1876
para un nuevo periodo. En cuanto toma el poder se ve enfrentado a una fuerte
oposición armada, encabezada por Porfirio Díaz, quien trae como bandera su odio
visceral por las "reelecciones antidemocráticas", que finalmente
acaba derrocándolo ese mismo año, luego de la expedición del célebre Plan de
Tuxtepec.
A pesar de que no fue
mucho lo que hizo, Lerdo de Tejada contó
con el privilegio de tener como ministro de Fomento a Blas Balcárcel, de nueva
cuenta, que se dedicó a observar el cumplimiento, aunque fuera relativo, de las
reformas hechas al telégrafo. Balcárcel, a pesar de su ortodoxia en cuestiones
innovadoras, le tocó presenciar algunos descubrimientos en manos de mexicanos.
Ya en su anterior periodo le había tocado otorgar privilegios desde su
ministerio a un inventor de un aparato para fabricar velas, a otro por una
máquina de hacer cerillos y otro más por una para extraer materias resinosas,
entre noviembre y diciembre de 1868.8 Ahora se encontraba con un mexicano que había
conseguido combinar un sistema telegráfico "que permite estampar en el
papel, con tipos comunes, los telegramas que se transmiten por el alambre
eléctrico"9 en 1872. Asimismo, tuvo que adecuarse a la nueva
ola de descubrimientos cuando el telegrafista José M. Pastor fabricó un aparato
telegráfico que, a decir del diario El Siglo Diez y Nueve, “es digno de llamar
la atención, pues por lo fino de las
piezas reúne la solidez y nueva forma sobre los que comúnmente son
conocidas", en 1875.10 Promovió el establecimiento de escuelas donde se enseñara
la técnica de la telegrafía y la electricidad, como la fundada en Matamoros por
don Vicente Prieto; mandó elaborar la primera carta geográfica de la Red
Telegráfica al eminente dibujante y gran conocedor de la topografía mexicana,
don Cristóbal Ortiz, y finalmente, lanzó una iniciativa el 21 de marzo de 1874
"para mejorar los pronósticos del tiempo que por telégrafos se envían a
nuestras costas", para lo que fue preciso formar un código de señales
adecuado a las fluctuaciones climáticas de nuestro país.
Un acontecimiento
sobresaliente de este periodo consistió en la comunicación de la Península de
Yucatán con el centro de México, con dos proyectos alternativos. El primero por
iniciativa del constructor norteamericano, Capitán Platt, quien a bordo de su
vapor "Bible" inició en 1872
los sondeos del fondo marino de las costas mexicanas, en vistas de
colocar un cable que comunicara la Isla de Cuba con Cabo Catoche, Yucatán. Y el
segundo promovido por el propio gobierno para la colocación de otro cable submarino
de Campeche a la Isla del Carmen, comunicando Yucatán en 1874.
Sin embargo, a pesar de
todos estos datos optimistas sobre la comunicación con Yucatán, se sabe que esta
ocurrió con efectividad y sin intermediarios hasta ya muy entrado el Porfiriato.
En su tercer informe de
gobierno, Sebastián Lerdo de Tejada informa que "desde que se restableció
la paz a mediados de 1872, se han construido 2,600 kilómetros de telégrafos en
las líneas del gobierno", aumentando las esperanzas de que el país contara
pronto con un sistema completo de líneas federales que cubrieran el territorio
nacional; sin embargo, afirma en su último informe de 1875, "la rebelión
ha aplazado estas esperanzas, como ha estado deteniendo la realización de
muchas mejoras materiales."11.
Lerdo de Tejada dejó el
poder en manos de Porfirio Díaz a partir del
cuartelazo dado por este en protesta por su reelección, tras breve
interinato del Presidente de la Suprema Corte de Justicia, José Ma. Iglesias.
Su último alegato en materia telegráfica la hizo con la empresa del Ferrocarril
Mexicano, respecto a la línea entre Apizaco y Veracruz, pues mientras la línea
federal registraba permanentes destrozos, la del ferrocarril "jamás sufría
deterioro alguno", motivando que la Secretaría de Industria, Fomento y
Colonización, hiciera "severos extrañamientos a esa empresa".12
Citas:
1) Historia General de
México, El Colegio de México, Tercera Ed. México, 1981; "El liberalismo Triunfante", de Luis
González y González, Tomo II, p. 941
2) IBID. Para
referencia de opinión de intelectuales y desastres naturales, p. 941
3) MEMORIA de la
Secretaría de Fomento, Informe presentado por el Ministro de Fomento, Blas
Balcárcel al Presidente Benito Juárez, 1868-1869, p. 3 y 4 respectivamente.
4) Tanto esta circular,
como las anteriores registradas como Reformas Balcárcel, están contenidas en Circulares y Disposiciones, Administrativas
del Ramo de Telégrafos, editada por la Secretaría de Comunicaciones y Obras
Públicas en 1901.
5) MEMORIA de la
Secretaría de Fomento 1868-1869
6) MEMORIA de la
Secretaría de Fomento 1868-1869, p.116.
7) Expediente 332 del
Archivo Histórico sobre Instalación de Líneas Telegráficas de la Dirección
General de Telégrafos Federales, correspondiente a 1870.
8) MEMORIA de la
Secretaría de Fomento del año 1868-1869, p. 15
9) El Siglo Diez y
Nueve, 24 de Abril de 1872, p. 3
10) El Siglo Diez y
Nueve, 29 de enero de 1875, p. 3
11) México a Través de
los Informes Presidenciales, Secretaría de la Presidencia, 1976, Tomo VIII.
12) Expediente 267 del
Archivo histórico sobre instalación de líneas telegráficas, DGTN,
correspondiente al año de 1875.
*Subcapítulo de mi
libro La raza de la hebra, historia del telégrafo Morse en México, BUAP, 2004
..
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