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Cuando Hernán Cortés pasó por Puebla

 


El municipio de Zautla, Puebla, pertenece a una región de gran riqueza histórica donde confluyeron importantes corrientes culturales prehispánicas, como la totonaca y otomí, que recibieron el “impacto olmeca” del periodo denominado Preclásico Tardío de 1,200 años antes de nuestra Era.1 Como vestigios de aquel florecimiento, a cinco kilómetros de Zautla se hallan las ruinas arqueológicas de Tenampulco (o Cuacal), donde se encontraron restos de pirámides y figuras de cerámica.

Los Totonacos llegan a esta región alrededor del año 719 y permanecen ahí hasta a invasión chichimeca del año 1173 que, de acuerdo con Juan de Torquemada, llegaron destruyendo los pueblos totonacos. A partir de entonces los Chichimecas fundan, entre otros, los señoríos de Tlatlauquitepec, Tzautla e lxtacamaxtitlán.

Posteriormente, en el año de 1464, la región es dominada y anexada al universo mexica del Tlatoani Moctezuma Ilhuicamina por el jefe guerrero Ahuizotl. Para entonces su población estaba formada por una mayoría de origen nahua (mexicas, Acolhua-chichirneca y teochichimecas).

En agosto de 1519, Hernán Cortés en su trayecto a Tenochtitlán es “invitado” por el Teuctli o jefe militar mexica de lztacmastitán (Ixtacamaxtitlán) Temamascuicuil, vasallo de Moctezuma. La región que comprendía el señorío de Temamascuicuil es la que cubre actualmente los municipios de Ixtacamaxtitlán, Zautla, Ocotepec, Santa María (cañada), la Noria y San Juan de Llanos (Ciudad de Libres).

Se especula que quizás el Teuctli Temamascuicuil trataba astutamente de convencer a los españoles de seguir otra ruta con destino a Tenochtitlán y evitar el cruce por territorios tlaxcaltecas para evitar una posible alianza con ellos, pero el noble totonaca Mamexi advirtió a Cortés de una posible celada y le propuso enviar mensajeros de paz a los dirigentes tlaxcaltecas para buscar una posible alianza en contra de los mexicas, cosa que finalmente ocurrió.

Antes de la llegada de los españoles, los dos señoríos más grandes de esta región parecen haber sido Ixtacamaxtitlan (con Tlaxocoapan) al sur, y Tlatlahuiquitepec (con Nauhtzontlan, Yauhnáhuac, Yayauhquitlapan y Zacapoaxtlan) en el norte; es posible que las dependencias mencionadas tuvieran cierta autonomía política y un tlatoani cada una.2

La mayor parte del área, sino la totalidad, pagaba tributos a los mexicas, mismos que eran recolectados en Tlatlauhquitepec  e Ixtaquimaxtitlan, aunque la segunda se limitaba a apoyo militar. Esta ciudad de unas 5 000 familias, que tanto impactó a Hernán Cortés, estaba en la cima de un cerro y tenía una guarnición y una frontera fortificada con el territorio hostil de Texcallan (Tlaxcala).3

Aunque la lengua era el náhuatl, es posible que hubiera una minoría totonaca en el norte y otomíes dispersos por la misma zona. Cortés y sus hombres estuvieron una semana en Ixtacamaxtitlan, cuya riqueza les produjo gran admiración. Cuenta Cortés en su Segunda Carta de Relación del 30 de octubre de 1520: 

“La cual ciudad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que de ella podría decir dejé, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edificios y de mucha más gente que Granada tema al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan, de aves, caza, pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que casi cotidianamente todos los días hay en él de treinta mil ánimas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas, así de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y puede haber”.4 

Zautla, llamada así debido al nombre del cacique Zautic, estaba habitada por pobladores que alternaban el cultivo agrícola con la explotación de unas minas cercanas de oro y plata, que desaparecieron a la llegada de los españoles. Recogían dos cosechas anuales de maíz: la de temporal y la tolnamil o de invierno. La dieta básica, como en otras partes de México, la componían de maíz, frijol y chile. Las casas, de forma rectangular, estaban construidas en su mayoría con palma y zacate o con madera. Para el amarre utilizan el bejuco; el piso de tierra apisonada.

Desde aquellos tiempos la alfarería de la zona que hoy ocupa la Junta Auxiliar de San Miguel Tenextatiloyan, probablemente debido a sus ricos yacimientos de barro, destaca por su riqueza y calidad. Hernán Cortés, en su carta referida, hace encomiables comentarios sobre la cerámica utilitaria que ve en esta región: “Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España”.5

Especialistas como Daniel Rubín de la Borbolla afirman que la alfarería precolonial fue inventada, técnica y artísticamente, por las mujeres si acaso con una pequeña participación del hombre en el acarreo del barro y en las labores del horneado. Se han identificado cuatro tipos de alfarería: la doméstica, que era la utilitaria en las labores cotidianas que incluía comales, ollas, tinajas, jarros, jarras, tecomates, cajetes, apaxtles, platos hondos, platos planos, cántaros, cucharas y malacates. La ceremonial, que eran figuras de diversos dioses, sahumadores o perfumadores, vasijas para ofrendas. La funeraria, que contemplaba urnas, vasijas para ofrendas de alimentos, sahumadores, efigies de animales, objetos suntuarios de barro, réplicas en miniatura de ciertos objetos de uso personal, figurillas humanas o representaciones de deidades; máscaras, braseros, cajas. Y la cerámica para construcciones, todo lo que eran adobes, ladrillos, mascarones y elementos decorativos para fachadas de edificios, tubería.

Tanto por la calidad como por la variedad, lo que se aprecia en la cerámica precolombina son cinco características que hacen a la alfarería un recurso indispensable e irrenunciable de su cultura: tenían un profundo conocimiento de los materiales; desarrollaron técnicas para muy diversos usos, desde aquellos indispensables para la vida cotidiana hasta los más elaborados usos ceremoniales; que ya utilizaban el “desgrasante”, un elemento que aportaba cuerpo y consistencia a las arcillas; que usaban la técnica del bruñido y, desde luego el horneado de jagüete y el de decoración, y que sus decoraciones contemplaban rasgos específicos de las distintas culturas que los distinguían de las demás. Una de las características más llamativas que vinculan la cerámica antigua con la contemporánea de San Miguel Tenextatiloyan es el uso de moldes, lo que desde entonces, como ahora, les permitió el ensamble de piezas y el aumento de su producción.6

El periodo colonial, a la llegada y conquista de los españoles, es naturalmente una hecatombe que modifica radicalmente las condiciones de vida y la cultura en general de todas las regiones.

 

Una historia para contar

En  la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo hay un pasaje sobre la primera gran batalla de las fuerzas españolas en México, que ocurre muy cerca de San Miguel Tenextatiloyan y que, por lo tanto, involucra a la región en una singular historia de guerra que es conveniente conocer.

Todo sucede en el primer viaje del ejército de Hernán Cortés narrado entre los capítulos XXV y XVIII del libro de Bernal Díaz, cuando en el mes de agosto de 1519 salen de Zempoala con doscientos tamemes para que cargaran la artillería y cincuenta guerreros para que lo acompañaran en la travesía por la sierra. Su recorrido no tuvo incidentes de consideración en la primera semana, fuera del hambre, la lluvia, el granizo y el frío de la sierra. A principios de septiembre, sin embargo, se encontraron de frente a dos batallones de guerreros, unos seis mil hombres que gritaban desaforadamente, pitaban trompetillas y batían tambores: en un alarde de fuerza dispararon flechas y lanzas a la vez que trataban de parecer feroces. Los españoles enviaron a tres prisioneros que habían hecho ese día a decirles que no querían problemas. Pero la chispa estaba encendida, la escaramuza se dio y los españoles dieron la primera muestra de la mortal efectividad de sus armas de fuego, de tal forma que tres jefes náhoas quedaron tirados en el campo, además de decenas de soldados. En un momento dado los españoles entraron por una cañada, donde fueron blanco de las flechas mexicanas. Fue ahora que los guerreros aztecas demostraron que sus flechas y hondas también tenían una gran efectividad. Así llegaron al llano.

El saldo de la batalla fue calamitoso: los mexicanos perdieron ocho capitanes, hijos de importantes caciques, y fue la causa de que retrocedieran. Los españoles no intentaron seguirlos, pues también habían sido duramente golpeados. Se quedaron a resarcir sus heridas en un caserío muy poblado, guarecidos en unas cuevas habitadas, donde comieron gallinas que llevaban los tamemes y algunos “perrillos” que se procuraron en el propio pueblo.

Según Bernal el capitán Xicotenga “traía cinco capitanes consigo y cada capitanía traía diez mil guerreros” (…), que en total hacían unos cincuenta mil hombres, con banderas que ostentaban un ave blanca con las alas extendidas. 


La batalla de Tehuatzingo

El 5 de septiembre de 1519 ocurre la batalla de Tehuacingo o Tehuacacingo, de acuerdo a los registros de Bernal Díaz del Castillo, que cabe suponer que se refiere a una ranchería del actual municipio de Libres llamada Tehuatzingo, topónimo que significa “en las piedritas”, situado en un amplio terreno donde, efectivamente, abundan las pequeñas piedras.

Fue una batalla decisiva en el sentido de que los dos ejércitos tuvieron posibilidades de ganarla, ya que contaban con un número similar de soldados y estaban, más o menos, en las mismas condiciones de combate de campo.

Muy temprano ese día, y habida cuenta de los resultados de la batalla anterior, los ballesteros y escopeteros españoles, pero especialmente los que montaban alguna temible cabalgadura, se prepararon para la batalla con la firme consigna de “tirar a matar”, así como evitar disgregarse. Recorridos unos cuantos cientos de metros, en el llano de Tehuatzingo, los españoles percibieron un número indeterminado de guerreros tlaxcaltecas que prácticamente salían de todos lados: “vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus divisas, y mucho ruido de trompetillas y bocinas”.

Tal parecía que la consigna de ellos era idéntica a la española: no dejar uno vivo, acabar con ellos de una vez por todas. Los guerreros mexicanos hicieron un cerco frente a los soldados españoles e iniciaron un nutrido granizo de piedras y, momentos después, de flechas que atravesaban el acero y ante las que no había defensa: “¡qué prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimos gritos y alaridos!”, narra el testigo Bernal Díaz del Castillo. Los caballos, sin embargo, marcaron una diferencia en el combate cuerpo a cuerpo. Aún cuando hubo cierto desorden español, los españoles se reagruparon y a “puras estocadas” volvieron a organizar su frente de batalla. Otro detalle fue que los mexicanos atacaban amontonados, lo que facilitó el trabajo de los escopeteros españoles, que hicieron un gran daño. Por si fuera poco, había rencillas en las filas de los mexicanos entre los capitanes Xicotenga y otro capitán que era hijo del jefe Chimecatecle, que se negó a ofrendar la ayuda que aquél le demandaba ordenando a la capitanía de Guaxolzingo a que no pelease. Por último, la estrategia de recoger cualquier cuerpo muerto o herido del campo de batalla y ponerlo a buen  resguardo tampoco dio buenos resultados, pues distraían de sus labores a los soldados y descuidaban la batalla, aunque en efecto los españoles apenas vieron algún muerto. Todas estas circunstancias mermaron la moral de los guerreros tlaxcaltecas, “que ya peleaban de mala gana”, a decir de Bernal, que por su parte estaba herido en la cabeza a causa de una pedrada y del muslo por efecto de una flecha. Los tlaxcaltecas comenzaron a aflojar y, a la muerte de un importante jefe, “un capitán muy principal”, comenzaron a retirarse del campo de batalla. Los españoles, cansados y heridos, los dejaron ir, cantando la victoria.

El saldo fue de sesenta españoles heridos y un muerto; ninguno de sus caballos salió indemne, todos fueron heridos, pero no hubo muertos. Se retiraron a su base de operaciones y sepultaron discreta y profundamente al soldado fallecido, pues la idea era que los mexicanos no supieran que eran  mortales, “sino que creyesen que éramos teules, como ellos decían”, acota Bernal.

Después de la batalla de Tehuacingo Cortés armó una estrategia diplomática con los tlaxcaltecas, que fue bien recibida por los caciques de Tlaxcala. Ya se habían probado las armas, los dos ejércitos mostraron gallardía y determinación, pero era posible percibir que el “verdadero” enemigo de los españoles no eran precisamente los habitantes de Tlaxcala, sino los enemigos de éstos, los señores del gran poder que tenían su asiento en la mítica ciudad de Tenochtitlan. Ahora los españoles “rogaban” por la paz y ese mensaje pareció música en los oídos de Xicotenga, el gran jefe de los tlaxcaltecas.

“Les dijo otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, y verdaderamente fueron muy bien declaradas, porque doña Marina y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertos en ello que se lo daban a entender muy bien.”

A partir de entonces se abren las negociaciones que terminarán en el ataque coordinado de los españoles y los tlaxcaltecas a la fortaleza de Tenochtitlan. Esta región volverá momentáneamente a los titulares de  aquella guerra cuando muchos españoles huidos de alguna de las batallas contra los mexicas terminaron por aquí, con no muy buena fortuna. Pero eso ocurrió aquí cerquita, en los llanos de Libres, la otrora Tlaxocoapan, que posteriormente fue San Juan de los Llanos, hoy ciudad de Libres.7

 

Este texto pertenece al libro inédito “Oye Olla”, Testimonios alfareros de San Miguel Tenextatiloyan, de Leopoldo Noyola y Sergio Mastretta.

 

Citas:

 

1) INEGI, Censo de Población y Vivienda, 2010.

2)    Enciclopedia de los Municipios de México: Zautla, Puebla. Y Édgar Ramírez, curador de la muestra: Veracruz: antiguas culturas del Golfo,  nota de La Jornada de Oriente, 4 de enero de 2012.

3)    Gerhard, Peter, Geografía histórica de la Nueva España 1519-1821, UNAM,

1986, pp. 234-262

4) Ibid

5) Cortés, Hernán, Segunda Carta de Relación, 30 de octubre de 1520, p. 11

6) Cortés, Ibid

7) Universidad Veracruzana, La cerámica del centro del país, en

      http://www.uv.mx/popularte/esp/scriptphp.php?sid=658

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