No puedo hablar de “lo
medios de comunicación” en Puebla, sino de un medio, el radio, antigua telecomunicación
a la que he estado unido por diferentes circunstancias desde hace tiempo. En el
orweliano año de 1984, como resultado de un premio nacional de cuento, fui
invitado por Radio Educación a escribir un guion radiofónico con el tema de mi
relato, que trataba sobre la construcción de un replicante robótico de John
Lennon –asesinado hacía poco– para la organización de un enorme concierto junto
al lago Roosevelt, en el desierto de Arizona. Ahí se construye una ciudad
especial (Lennon City), al modo de Disney World, basado en las canciones del
inolvidable cuarteto, con un uso intensivo de la realidad virtual.
Me reencontré con un
medio de comunicación que había disfrutado de niño con las famosas radionovelas
de la XEW y la XEX que escuchaba con mi hermana, las transmitían y retransmitían
las estaciones de provincia: El derecho de nacer, Chucho el Roto,
Kalimán y otras de género traumático que incluían en sus denominaciones
sentimientos desconocidos para aquellos niños que apenas despertaban a las
pasiones de la vida: Idilio de amor, torbellino de traición y títulos así.
Reencontrarme con la
radio, desde la perspectiva interior de una estación, fue afortunado. Yo amaba
el cine porque era la única diversión de aquel pueblo abandonado y veíamos
mucho cine; luego, como buen estudiante de la UNAM de los años setenta, cuando
éramos capaces de atravesar la ciudad para ver una película de Alan Tanner o
Fassbinder en el Chopo, fue un delirio total. Fui al cine diariamente durante
tres lustros de 1976 a 1990, que empezaron a nacer mis hijas. La experiencia de
la radio era algo más íntima que la de una sala de cine, además se trataba de historias
propias fabricadas con guiones que aprendí a confeccionar con mi hermano
Antonio desde aquellos tiempos, cápsulas infinitas que a la postre serían
sustento, o pretexto inevitable para dar clases en las universidades poblanas.
Comprendí que la radio era una cultura con un potencial artístico, dramático,
como lo eran y los siguen siendo las películas que tanto disfrutamos.
Después de esa alegoría
lennoniana que tuvo mucho éxito y fue transmitida los 8 de diciembre de años
consecutivos, fui contratado por Emilio Ebergenyi, el popular locutor de Radio
Educación –en su papel de productor de la estación–, para hacer un guion
semanal de antropología para el INAH, con bastante libertad; o mejor, básicamente
libre. Yo elegía fuentes y género radiofónico que la mitad de las veces terminó
en dramas, melodramas, radionovela. Y no poca divulgación histórica,
arqueológica y de filosofía.
- ¿Cómo
se las arregló con el instituto de antropología?
- Lo
que hice fue utilizar una la Colección Divulgación del propio Instituto de
Antropología y con ella hacer centenares de programas radiofónicos; ya entrados
en gastos, decidí probar en hacerlos híbridos, entre dramáticos y documentales.
En formato de media
hora, con dos emisiones semanales, contaba con dos voces mixtas y un competente
equipo de producción encabezado por Laura Elena Padrón; durante 300 semanas
consecutivas escribí un guion de unas 15 páginas que entregaba puntualmente y
ganaba cien mil pesos por unidad. Antes de que imaginen algo tremendamente
equivocado, no, no era rico; los mexicanos de entonces éramos todos millonarios,
los burócratas ganaban tres o cuatro millones de pesos mensuales. Quiere decir
que, en números reales, lo que recibía al mes por la elaboración de aquellos
guiones eran cien pesitos por unidad, cuatrocientos mil pesos al mes, que no
eran más que los 400 pesos que, sin embargo, para algo alcanzaban. Pero no era
riqueza, al contrario, la miseria era visible en aquellos esforzados
trabajadores de un medio de comunicación con cierto glamour como era Radio
Educación. Los miércoles y los sábados escuchaba extasiado a los personajes y
las situaciones que había puesto en el guion, dramatizados por dos voces
profesionales de Radio Educación, porque con solo dos locutores hicimos brincos
y piruetas; los locutores interpretaban dos o tres personajes y hacíamos
historias largas, como varias de la Revolución mexicana tomadas de un libro de
relatos de la revolución, en esa enorme colección Divulgación. Muscalizaba don Chente.
Tanto cariño por las
ondas hertzianas fue recompensado por la propia estación cultural, insignia de
la cultura radiofónica de México, cuando Ebergenyi me solicitó la adaptación de
una novela de Jorge Ibargüengoitia: Dos
crímenes. Una
verdadera autopsia a la literatura del gran ironista guanajuatense. Para
entonces ya estaba encarrerado en el tema del guion, de la narración de
historias. Disfruté la autopsia e hice el guion completo de Dos crímenes,
me dijeron que el productor echó pestes del guion, pero terminó haciéndolo. A
mí tampoco me gustó su producción, pero considero que Rafael Méndez hizo su
trabajo. Uno de los primos del personaje Marcos hablaba como Chabelo, fingiendo
la voz ridículamente, detalles que yo evitaría en la realización de mis
guiones, evitar el pastelazo auditivo; intentar hacer reír con la literatura de
Ibargüengoitia es algo destinado al fracaso, el humor negro está en las
palabras acompañadas del contexto, no en la estridencia.
El guion tenía
impregnado ese humor ibargüengoitiano del primo que habla poco, pero siempre
repite lo que le preguntan. Un humor desconcertante. Pero el resultado es
bastante audible. Para no hablar de los enredos sexuales de Marcos con su prima
en Cuevana y la hija de esta, su sobrina.
En esas andaba, cuando
Sergio Mastretta me invitó a formar parte de una radiodifusora que, en breve,
abriría en la ciudad de Puebla. Fue así como llegué con Malú a esta hermosa
ciudad, con una bebé de un año, Luz, a tratar de juntar un proyecto casi cultural
con otro casi comercial. La combinación no fue exitosa en su aspecto
empresarial, aunque sí sorprendente. Los veinte meses que duró la experiencia
de XHOLA-FM marcó una época radiofónica que modificó viejos parámetros
establecidos por la inefable señal local, la HR y su escudero, aún ataviado de
espadachín virreinal, Enrique Montero Ponce. La gente no nos entendía porque
estaban habituados a la velocidad de don Enrique, al volumen de don Enrique.
En XHOLA hicimos toda
clase de experimentos y sorpresas, un 15 de septiembre Sergio Mastretta, en su
versión de conductor de un noticiario, entrevistó –en vivo– al cura Miguel
Hidalgo, a Ignacio Allende, Torquemada y La Malinche. Estábamos locos.
Establecí la tradición de las calaveritas de noviembre y, en la órbita de Magú,
una radionovela decembrina político-humorística que tuvo como protagonistas a
los que iban gobernando nuestro atribulado país. Así, aparecía Guafox, un pavo
doble pechuga que hablaba muy parecido a Vicente Fox, Guajortari y Guajillo
Ponce de León, acompañados, claro, de sus respectivos gabinetes. Siempre era la
misma historia, cada año, al presidente de la granja le quedaba un par de
semanas para tratar de salvar lo insalvable: un pueblo de guajolotes condenado ineludiblemente
a los hornos crematorios de la Navidad. Por ahí aparecía el Guajomandante
Marcos al frente de sus guajozapatistas.
A los veinte meses de
aquel experimento el arte radiofónico crecía, pero las finanzas de la
radiodifusora estaban seriamente comprometidas. Los anunciantes no querían
patrocinar arte ni una estación que se regodeaba en un perfil latino para
transmitir salsa puertorriqueña y colombiana, son, chachachá y boleros cubanos;
en las noches, cobijados por la taciturna voz de Flor Coca, un programa de jazz
y erotismo literario que provocó conmoción. Todo en ese programa era
subversivo: empezando por su nombre: Sur. Teníamos un elenco de programas de
arte, si queremos ser precisos. Gerardo Sánchez ”Yuca” y Ana Lydia Flores
comandaban la salsa diurna matutina y vespertina; Tom Banderbach, Enrique
Trigo, Carlos Díaz “Caíto”, Elio Huesca, Jorge Fernández de Castro, Melchor
Morán, la Chomps y, desde luego, el doctor David Sánchez, hacían las delicias
de poblanos poseedores de la mejor música seleccionada de sus propias discotecas;
melómanos especializados, su programación llegó a tener un abanico de géneros
que iban del guaguancó a la moderna salsa de los puertorriqueños y los
colombianos. Jazz latino. Música desconocida que sorprendió al público poblano
y seguramente lo enriqueció, como nos ocurrió a nosotros, ¿dónde estaban
guardadas esas maravillas? Yo contribuía con Bolerísimo, de 2 a 3 de la
tarde, con los mejores boleros con presentaciones informadas y poéticas,
tratando de deconstruir la cursilería. Tuve el privilegio de hacer ese programa
de boleros con la discoteca del doctor David Sánchez, a quien también le
producía su exitoso programa Caminos de ayer (pasado de un
romance que fue), y cuando faltaba Luis Di Lauro, hasta de patiño entraba
al micrófono a pelotear con el doctor –que era radiólogo–, sobre los detalles
del mundo del bolero mexicano, del que David Sánchez era un erudito, había
vivido y leído de las fuentes originales.
La espada de Damocles
cayó sobre nuestras cabezas en 1994, el cambio de perfil musical –y en
consecuencia, artístico– llegó como un balde de agua fría al equipo, lo
desarticuló, lo desdibujó. El Yuca y Melchor se fueron. Yo pensé que perdía mi
trabajo y a punto estuve. Fue contratado un productor de radio comercial muy
competente, Alejandro Teyssier, que puso orden en las actividades comerciales y
artísticas de la nueva radio, que ahora era grupera, desde la perspectiva del
negocio. Una opción válida pero ciega. Con llamativa sensibilidad, lo primero
que hizo fue utilizar las cintas de DVD con cincuenta horas de boleros y jazz,
música mexicana de la discoteca de Helio Huesca, africana, afroamericana y
brasileña, para grabar música grupera y borrar cualquier vestigio de que ahí
existió la gran música popular de México y del mundo. Este fue un buen ejemplo
para entender el daño que el perfil grupero le hizo a lo que quedaba de cultura
radiofónica mexicana, que en este caso arrasó con archivo y fondos
documentales. Fui testigo de esa aplanadora que llena su tiempo radiofónico con
cacofonías y música estridente que acompañan a gritos entusiastas jóvenes a los
que solo se les exigía la secundaria. Como en todo, había algunos locutores muy
buenos e ingeniosos que divertían a la gente, feliz de escucharlos, eran
estrellas en los barrios. Siempre comandados por Sergio Mastretta, la nueva
estación generó ideas muy agradables y originales, como vender frijol en un
microbús y bajar su precio en el mercado. El kilo de frijol estaba en los
supermerados a 12 pesos, y nosotros lo comenzamois a vender a 2.50. Crisis. Llegaban
don Arturo y Macario en el microbús y vendían unas dos toneladas diarias, fue
un negocio audaz y productivo, el precio comenzó a bajar (y nosotros a subir:
3.00, luego 5. Años más tarde Sergio construyó un escenario que llegaba a los
pueblos y se abría como un espectáculo de Las Vegas, y la gente feliz, por qué
no. En la nueva estación con su nuevo perfil grupero había una simbólica canción
muy penosa llamada Las Nachas, que eran dos burritas que se quejaban de la
vida. Género: soez.
Tras el terremoto del
cambio de perfil, los sobrevivientes nos refugiamos en el noticiario, que ya
desde antes había tomado el propio Sergio como conductor, en estrecha
puntualidad con Flor Coca y Ana Lydia Flores; Verónica, su hermana, asumió la
gerencia y el barco zozobrante comenzó a flotar y sobrevivir. En medio de todo
eso mi pequeña familia creció, nació Teresa y Luz asistió a la escuela. Después
de la hecatombe, sinceramente no tuve mucho tiempo de pensar en el arte del
sonido, las noticias son muy absorbentes y llegábamos al noticiario radiofónico
a las 5:30 a.m. y terminaba el guion con el trabajo de los reporteros a las 11
p.m. Con todo, hicimos secciones dentro del noticiario que de algún modo
recordaban aquellos anhelos que yo había tenido con la radio; Flor leía cada
día unas efemérides musicales que alcanzaban algún clímax auditivo; a una voz
así, solo hay que musicalizarla; con Anna Lydia preparaba la emisión de las noticias
internacionales, unas ocho, me pasaba una lista y entre cada noticia poníamos
músicas o efectos especiales que evocaban la naturaleza de la noticia: guerra,
represión, zozobra; árabes, chinos, africanos. Tenía unas cien músicas y unos
cien efectos especiales montados en cartuchos de 8 tracks, tecnología de los
años cuarenta que, sin embargo, podíamos poner al aire en dos segundos exactos.
Así de eficiente era. Un día llegó Teyssier y quitó las cartucheras en aras de
la calidad del sonido, que entonces se revelaba en la novedosa transmisión
digital, la edición por computadora terminó por imponerse al final de la década
de los 90. También terminaba el milenio. Con esas cartucheras también se fue mi
producción radiofónica y lo que me quedaba de entusiasmo por hacer radio en vivo
en ese lugar. Vendida la radio, partimos Sergio y yo unos años en busca del
municipio perdido, armado con mi carrera de antropología social en la Escuela
Nacional de Antropología, una vez que hubo vendido su estación; recorrimos las
sierras de Puebla e hicimos portales de internet y libros que publicamos o
dejamos abandonados en algún disco duro de hace veinte años, de modo que
abandoné la radio, la idea radiofónica, el estudio del sonido.
Mi experiencia en la
radio comercial me hizo comprender que en México se hace muy poco radio; el
guion radiofónico es en las Ciencias de la Comunicación sinónimo de decadencia
y las escuelas de comunicación prácticamente han dejado de impartirlo. Por si
fuera poco, las estaciones llamadas culturales tienen pocas o ninguna ambición
por meterse a elaborar guiones para ese peliagudo tema del sonido y la cultura
de la radio. Los programas radiofónicos se cuentan con los dedos de una mano y,
en consecuencia, tenemos un prurito idiota por imitar a la empobrecida radio
comercial. “Vamos a un corte” –se apuran a expresar—; ¡vidas mías!, diría mi
mamá. No hay ahí una intención artística o por lo menos formal que tenga
sustento en un estudio o ejercicio de sonido. A esos jóvenes los avientan al
micrófono como al Borras a improvisar con impunidad sobre los temas que se les
vaya ocurriendo. Y si gritan, mejor.
Veinte años después, como
no hay portero sin suerte, el destino quiso recompensar mi histórico entusiasmo
al ponerme en un lugar que, no sin sobresaltos, me ha permitido volver a
incursionar en el sonido. Por si fuera poco, el sonido recibió un renovado
impulso con la aparición de los podcast, denominación algo colonialista
–como todas esas expresiones que denominan cosas importantes nacidas del
internet–, podcast designa una pequeña pieza de video o de sonido que,
con toda la parafernalia o sin ella permite a los entusiastas la realización de
programas experimentales, algunos más ambiciosos, caros, experiencias sonoras
con alguna clase de búsqueda académica, de arte formal, de narración compleja. El
círculo obligado de producción: guiones, voces, músicas y artilugios sonoros
digitales. Por su parte, los novedosos programas de edición hacen parecer a las
antiguas cabinas y estudios de radio instalaciones de la primera guerra
mundial. Tener una cabina particular de grabaciones era algo imposible de
imaginar en 1990 para un particular cualquiera. Eso dejó de ser. Hoy, con
apenas unos fierros, los modernos productores podemos soñar con los mismísimos
límites de la imaginación, entrevistar al Sol, introducirnos en el fluido de la
sangre o viajar a bordo de un cometa. Como dioses, podemos reinventar la
creación.
La revista Elementos de
la Buap adquirió una pequeña cabina de sonido en mi honor, por alguna extraña
razón Emilio Salceda creyó en mí y convenció a Enrique Soto atacar una beca
conacyt; desde entonces –hace ya diez años– no he dejado de investigar y
producir ideas para la ciencia, para la cama, para los niños, para los
lingüistas, para los historiadores, los antropólogos y cualquier científico de
cualquier ciencia que pueda uno concebir. Un torrente de imaginación que quizás
estaba guardado en lo recóndito de mi ser emergió con entusiasmo suicida. A la
fecha, unos trescientos podcast de divulgación científica y decenas de
incursiones humanísticas, humorísticas, infantiles, deportivas, educativas,
históricas, nos permite proponer una oferta poco acostumbrada, no solo de
Puebla, sino de nuestro país entero, ayuno también en iniciativas sonoras. Pero
calculo que viene una buena temporada para el sonido.
Finalmente, el
descubrimiento de dos voces mixtas, es decir, de una mujer y un hombre,
proclives a la experimentación, cerraron el círculo de posibilidades. Citlalli
y Emilio, doctores del Laboratorio de Neurología, fueron el colmo de la suerte
y es por ellos que me tienen aquí, escribiendo con tanto entusiasmo.
Eso es todo, ahora queda que escuchen mi sonido, a ver si como ronco duermo:
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