viernes, 25 de noviembre de 2016

La fundación de Puebla

Existe una gran tentación en Puebla por descubrir qué es lo que había aquí antes de ser la ciudad de los ángeles. Es decir, existían dos grandes ciudades al norte y al sur: Tlaxcala y Cholula, pero en este territorio, que sabemos que se llamaba Cuetlaxcoapan, al parecer un hermoso valle cruzado por varios ríos y con una decena de pequeñas lagunas, había probablemente chozas y algunos habitantes, como lo demuestra el entierro humano de 3 mil años de antigüedad que apareció bajo los escombros de la Casa del Mendrugo. Esta es la leyenda de la fundación de Puebla.


Marisa Rodríguez Avitia me contó su versión:

La leyenda de la fundación de Puebla la he escuchado muchas veces a lo largo de mi vida, es la historia de Fray Julián Garcés, primer Obispo de Puebla, el monje franciscano que estuvo a cargo de la elección y planeación de la noble y real ciudad de Puebla, un lugar que nace siendo ciudad por mandato de la reina, o sea que nunca fue villa, pueblo ni nada, sino ciudad.
La leyenda cuenta que Fray Julián, un día antes de la fiesta del Arcángel Miguel,  estaba rezando para que dios lo iluminara para un sitio adecuado para fundar esa ciudad que la reina en persona le había encomendado, un sitio que sería paso obligado para los viajeros que llegaban de España y que debían ir a la ciudad de México desde el puerto de Veracruz. Entonces el fraile rezaba después de largos días de búsqueda, por lo que estaba muy cansado y se quedó dormido, profundamente dormido. Mientras dormía, soñó con un hermoso jardín cruzado por varios y cristalinos ríos, circundado por enormes bosques abundantes de aves y mamíferos. Extasiado por tanta belleza, Fray Julián sabía que su sueño era un mensaje de dios, y tan fue así, que vio cómo descendían del cielo un grupo de ángeles y arcángeles que se acercaron a él y, dibujando en la tierra con mucha claridad como si fuera un papel, le explicaron de qué forma debía trazarse y edificarse la Puebla de los Ángeles, la ciudad que ordenaba su majestad.

Fray Julián despertó muy emocionado y mandó llamar a sus frailes acompañantes a quienes les contó su sueño. Con todo detalle, los frailes arquitectos tomaron nota e hicieron los planos de lo que sería el centro de esa ciudad, y se pusieron a buscar un sitio encabezados, claro, por Fray Julián.

Con solo pisar el territorio de Cuetlaxcoapan Fray Julián Garcés se dio cuenta que habían dado con el lugar. “Este es”, afirmó, y se pusieron a trabajar.


Un mito alternativo a esta leyenda es que los ángeles bajaron y construyeron la ciudad, pero esas son exageraciones. Lo del sueño, al parecer, fue real. Y además es verosímil. La construcción de Puebla llevó cientos de años y vinieron indígenas y españoles de todas partes a colaborar en ello; trajeron panaderos de Iztapalapa, artesanos de la construcción de Tlaxcala; vidrieros de tal parte, herreros de tal otra, dulceros, alfareros. Así se fueron conformando los barrios antiguos de la ciudad, que todavía perviven. Ahí se fueron acomodando los gremios de artesanos y trabajadores que fueron quienes construyeron la ciudad, piedra por piedra. Así es como me gusta contar la leyenda de la fundación de Puebla. (Marisa Rodríguez Avitia). 

Foto tomada del blog Historia Regional de Mayra Salgado Benitez

.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Los años noventa en Puebla

La década de los años noventa es un periodo paradójico con abundantes tristezas y esporádicas glorias. Es la década de Mijail Gorvachev, que anduvo del tingo al tango por el mundo maniobrando una transición que todos de algún modo sospechábamos pero no esperábamos tan pronto. La Unión Soviética se precipitó al vacío y en unos cuantos años la temible y poderosa URSS, que gobernó con mano de hierro el PCUS desde los años 20, quedó exhibida al mundo como un imperio degradado y confuso, con una crisis social y económica espantosa. Gorvachev renuncia como secretario del PCUS en agosto de 1991 y de inmediato Europa del Este bulle como un caldero hirviente. El más lamentable y largo de los conflictos ocurrió en la antigua Yugoslavia, ya sin Tito, donde viejas rencillas religiosas y nacionalistas desatan una guerra sórdida en Bosnia Herzegovina.

No fue, por desgracia, la única tragedia de esas dimensiones que presenciamos en los años noventa. Otro conflicto ocurrió en Ruanda entre hutus y tutsis con un saldo de un millón de muertos. Estados Unidos ataca por primera vez Irak con la Tormenta del Desierto y los israelitas hicieron lo propio con el Líbano en un ataque que llamaron Las Uvas de la Ira (¡que los oyera Steinbeck!); en Oriente despierta el gigante dormido, China prosigue con su renovación y por lo pronto se estrena en esta década con cinco ensayos nucleares, seguidos por otros tantos de Paquistán. Las vacas locas son noticia mundial y el sida se posiciona en el mundo y ataca a los países más desprotegidos, como los africanos. Ante tanta calamidad, una buena noticia se escribió el 26 de abril de 1994 con las primeras elecciones multirraciales en Sudáfrica que ponen fin al apartheid, un mes después Nelson Mandela jura como presidente.

A nuestro país no le fue mejor en esta década en que inicia la información global; el Internet se vuelve algo más que una promesa y CNN uniforma su perspectiva y establece un nuevo periodismo, para bien y para mal; también se impone una nueva forma de hacer política, el PRI pierde la presidencia a finales de la década; mientras tanto, en marzo del 94 matan a Luis Donaldo Colosio, el video de la muchedumbre, la pistola y y la cabeza de Colosio rebotando, una secuencia televisiva que repìtieron centenares de veces, a todas horas, por eso permanece en la memoria de todos los adultos que lo vivimos;  Guadalajara estalla por el derrame de combustible en las alcantarillas en abril de 1992; el obispo de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, es ametrallado en el aeropuerto al año siguiente; en septiembre al dirigente del PRI, José Francisco Ruiz Massieu; vimos estupefactos el video de la matanza de campesinos de Aguas Blancas, Guerrero, en junio del 95, y nos paralizamos con la tragedia de los refugiados chiapanecos en Chenalhó el 22 de diciembre de 1997. Imágenes, todas, del grave deterioro de un sistema que reclamaba renovación. Pero también una advertencia de que a partir de ahora lo veríamos todo. Los noventa es la década de la revelación.

Se crea en 1990 la Comisión Nacional de Derechos Humanos y ese mismo año el Código federal de instituciones y procedimientos electorales (COFIPE), con innovaciones en materia electoral, que en junio del 96 se reformará para fortalecer el régimen de partidos, pero para entonces ya estábamos embarcados en una terrible crisis económica que marcó los derroteros de la década; en Chiapas, unos alzados llamados zapatistas le aguaron la fiesta a Salinas de Gortari en 1994, a unas horas de estrenar el Tratado de Libre Comercio que nos llevaría al primer mundo, pero los alzados interrumpieron para recordarle al país que había aún muchas cosas pendientes para cantar victoria, los pueblos originarios reclamaban la atención de los mexicanos y no bastaba la reforma constitucional de un año antes que daba personalidad jurídica a los pueblos indios.

Ernesto Zedillo recibió un gobierno financieramente comprometido. Ocurre el desastre conocido como “el error de diciembre” que nos daría en los siguientes años una de las peores crisis económicas que tengamos memoria. El colapso fue doloroso y prolongado, hasta que en junio de 1998 viene la debacle del sistema bancario. El gobierno de Zedillo se ve obligado a impedir el colapso completo de la economía e instituye un rescate bancario llamado Fondo bancario de protección al ahorro, el famoso Fobaproa, a un costo de más de 550 mil millones de pesos.

“Voy a hacer una exclamación propia de mi generación: ¡Dios santo! –recordó el más joven de los miembros de la mesa redonda de Pepe Donoso en su café Teorema, Edgar Larriñaga, de aquella década en su vida-. Yo creo que era una generación perdida. Había un deseo, creo, de ser parte del jet set ¿no? Es una generación que compró la idea del primer mundo, de la Avenida Reforma. México se remitía a la Avenida Reforma de la ciudad de México, de la Casa de Bolsa, de la embajada norteamericana, de los grandes corporativos, como parte de una fantasía. De repente estábamos viviendo en Zurich. Llegó la moda. De alguna manera los 80 fueron una década frívola, pero nos tocó vivirla niños, los noventa sí nos tocó. Quiero comprar estos pantalones porque son los que están en boga. Y el hecho de que Plaza Dorada no fuera ya el centro de reunión, sino más bien el centro de las familias que vivían alrededor. Se abre La Noria, se abre Angelópolis en la idea de los malls estadunidenses. Me parece que somos una generación perdida, que vivió la caída del muro de Berlín sin la conciencia propia de que lo que estaba sucediendo era algo histórico. Una generación sin una bandera de ideal. En los sesentas y setentas e incluso ochentas eras comunista o no, eras socialista o no, había bandos definidos, pero en los noventa te encuentras cientos de tribus urbanas apáticas y desinformadas. Te encuentras con punks, darks, protodarks; en los noventa salió este rollo como del hip hop del norte, los que andaban con paliacates, los eskatos, los cholos y los fresitas ¿no?, eran miles de tribus urbanas que querían ser únicas y especiales, y en esa búsqueda de ser únicas y especiales terminó siendo lo mismo que una marca. Creo que es la generación del marketing, te vendían algo y tú lo comprabas. Si querías ser alternativo entonces escuchabas a Nirvana, porque se había suicidado el vocalista. Yo supongo que no nos poníamos a pensar que en calidad musical Nirvana no era el gran grupo; había otros del grunge más representativos, te quedabas con lo que era más espectacular y no con lo que era más profundo. Por ejemplo, de esta generación en Puebla, yo recuerdo que había un trovador, Fernando Delgadillo, que llegaba a Puebla y tenía llenos espectaculares con ritmos bastante malos, pero al final este icono de pelo largo, andrajoso, subido en un escenario con su guitarra, exponiendo lo que él pensaba, que tenía que ser más bien con los cafés y los hoyos fonkies, terminó siendo el gurú de una generación más bien fresa.  Es una generación enojada y decepcionada, pues fue una década, sobre todo en la segunda mitad, bastante triste y bastante terrible, pues ya no podíamos comprar la música y la moda que nos estaban vendiendo.”

En 1995, según el Conteo de INEGI, el municipio tenía 1 millón 225 mil habitantes con tendencia a la expansión del área urbana y a la suburbanización.  La ciudad se concentra aproximadamente el 35% de la población total del estado, el 60% de la inversión, el 55% de las industrias y el 50% del personal ocupado. Además concentra el 80% de los servicios educativos y el 90% de los bancarios.  Esta concentración crea problemas como: crecimiento urbano desordenado, altos déficits de vivienda, infraestructura vial inconexa, desajustes en el uso del suelo, actividad industrial dispersa, especulaciones con el  suelo y dificultad para dotar de empleos a la población rural proveniente del interior del Estado.

“En 1991 tuvimos que cambiarnos al sur de la ciudad, a Mayorazgo –me comenta Humberto Baños-. La 11 Sur, a partir de Agua Azul, era entonces una callecita angosta y polvorienta; a los costados, como diez metros de tierra de cada lado, no había banquetas, era una carreterita llena de camiones y autos. Espantoso. Teníamos unos meses apenas, creo, y empezaron las obras de la 11 Sur, desde el entonces Bulevar Atlixco, hoy Juan Pablo II, hasta el fondo, más allá del periférico. No me acuerdo cuántos meses duró la obra, o años, la cosa es que entrar o salir de Mayorazgo se convirtió en una odisea. Por si fuera poco, la Avenida Nacional, que era una callezota de tierra suelta, polvorienta y triste, también decidieron pavimentarla. Entonces estuvimos meses y meses medio aislados; nuestros amigos no querían visitarnos y a nosotros nos daba flojera salir. Fue un poco difícil, pero valió la pena. Esa obra detonó un crecimiento impresionante del sur de Puebla.”

Algo que advertían los ausentes al regresar es que ya no era la misma Puebla. Habían cambiado los sentidos de las calles y las calles mismas; las discotecas eran ahora antros, el poco campo que había en los alrededores estaba ahora atiborrado de casas, mientras que el centro histórico se veía más bonito y limpio, pero había algo artificial en él que incomodaba al hijo pródigo.

“Regresé a Puebla a los 14 años –me cuenta Rayo Loeza-, encontré todo cambiado. Ya no había algodoneros, ya no había globeros con tanta naturalidad. Yo ya era una adolescente prendida, en realidad ya no buscaba globos, pero sí noté su ausencia; ahora los globos eran metálicos. De la ciudad vi que creció demasiado, había colonias nuevas que yo ni conocía. Por ejemplo, toda esta zona de La Noria ya existía. Cuando me fui era como un rancho, estaba todo deshabitado, porque vivíamos ahí en Reforma Agua Azul, que está junto a La Noria; cuando nos fuimos no había nada, era un rancho; en cambio, cuando regresé vi que ya era todo un fraccionamiento, un centro comercial, ya había calles. Entonces, pues sí me sorprendió ver que había crecido la ciudad. Había más gente, más carros, calles donde antes no había. Era todo como campo.”

Gobiernan el estado de Puebla Mariano Piña Olaya, 1987-93; Manuel Bartlett Díaz, 1993-99 y Melquiades Morales Flores, 1999-2005. En la presidencia municipal, figuran como alcaldes Guillermo Pacheco Pulido, 1987-1990; Marco A. Rojas Flores, 1990-1993; Rafael Cañedo Benítez, 1993-1996; Gabriel Hinojosa Rivero del PAN, 1996-1999 y Mario Marín Torres, 1999-2001.

En 1993 se implementa el Programa de Desarrollo Regional Angelópolis con proyectos urbanos específicos que buscan la consolidación de la zona conurbada de la ciudad de Puebla, imaginando un poderoso polo industrial, comercial, cultural y turístico a través de “zonas industriales, zona habitacional y de servicios Atlixcáyotl/Solidaridad, una zona histórica, cultural, turística y de negocios”.

El Megaproyecto Angelópolis, en términos generales, consistía en la construcción del Periférico Ecológico, la reorganización del transporte colectivo con un sistema de troncales, introducción de agua a la ciudad, saneamiento de los ríos, de la presa de Valsequillo y una intervención en el centro histórico. De acuerdo con Juan Francisco Salamanca Montes en su libro Puebla: una ciudad histórica ante un futuro incierto, el proyecto Angelópolis quedó inconcluso. Solo se construyó una parte del periférico, una porción del acuaférico, el Centro de Convenciones del centro histórico y ninguna obra para el saneamiento de las aguas.1

Otro importante plan de los años noventa fue el Proyecto del Paseo de San Francisco: un paseo peatonal a lo largo del río San Francisco, dos hoteles, un centro de convenciones, un centro cultural, un centro comercial y un lago en el extremo opuesto. De acuerdo con sus críticos supuso la destrucción de edificios, una severa modificación en el paisaje urbano; expulsó a 2,959 habitantes (muchos de ellos protegidos durante años por el sistema de renta congelada), y dejó sin empleo a 1,634 trabajadores.2

Al final de la década, el 15 de junio de 1999, a las 3 de la tarde con 42 minutos, se registró un sismo de 6.7 grados en la escala de Richter, considerado uno de los cien peores desastres naturales del siglo. Ciento setenta y cinco edificios de la ciudad de Puebla sufrieron daños de consideración, más de setenta de ellos eran iglesias; murieron once personas y 600 familias quedaron sin hogar.3

Una antigua superstición señalaba el fin del mundo para el último día de diciembre de esta década que clausuraba un siglo y un milenio. Los agoreros del Apocalipsis tuvieron un gran pretexto con aquel terremoto, pero nada más ocurrió. Celebramos el final de ese año con fiestas luminosas en todos los rincones del orbe.

Un nuevo milenio empezaba al día siguiente, era como si nosotros hubiéramos alcanzado al destino.


Citas:
1) Salamanca Montes, Juan Francisco Fuente: Puebla: Una ciudad histórica ante un futuro incierto, en: http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-42.htm
2) Programa de desarrollo regional Angelópolis, Gobierno del Estado de Puebla, septiembre de 1993, p. 10.
3) La Jornada de Oriente, 19 de junio de 2009   


viernes, 11 de noviembre de 2016

El Maguila

Los personajes que se atraviesan en nuestras vidas son demasiados como para llevar la cuenta, hay taxistas o vendedores callejeros o comerciantes que merecen por mucho el calificativo de personajes. Por lo general los dejamos pasar. En mi búsqueda de leyendas poblanas contemporáneas me topé con este personaje que todos los transeúntes de edificio Carolino del centro de la ciudad recuerdan con entusiasmo. El Maguila, que hoy hace méritos por convertirse en leyenda y cuyo perfil me fue contado por Flor Coca, ¡quién más, si no…!


El Maguila*

Una persona que era real y que se convirtió en leyenda fue el Maguila. Maguila se llamaba Alejandro y era un trabajador de la BUAP. Pertenecía al área de servicios, lo que ahora es servicios generales, que antes era prefectura, y era una de las personas que cuidaba las puertas. El Maguila dicen que se enamoró perdidamente de una muchacha que se llamaba Margarita, y que Margarita se enamoró de otra persona, entonces él decidió irse a vivir al Carolino. Vivía en el primer patio y tenía su recámara perfectamente puesta, con una televisión, una cama muy bien tendida y algunas otras comodidades; o sea, tenía un lugar donde vivir. Y él todos los días estaba ahí. Era el que abría la puerta muy temprano. Estamos hablando de los años setenta y ochenta, cuando murió. Debe haber muerto a finales de los ochenta. Entonces todo mundo lo conocía. Era un hombre muy alto, debería medir uno ochenta y cinco, tal vez más; corpulento, con el pelo largo, con una mirada un poco distraída, no extraviada, distraída, entonces por eso le decían Maguila, por los comics donde aparecía un gorila que se llamaba Maguila. Por eso le decían así, porque su aspecto era algo simiesco, aunque no era feo, era de facciones agradables, pero, por ejemplo, bañarse no era su pasión y se vestía con ropas holgadas, sucias y entonces todo mundo le decía el Maguila. Sin embargo, Maguila hablaba cuatro idiomas: ruso, inglés y francés, además de español; tenía la colección más impresionante de música clásica, cientos de discos, y además era un lector incansable, leía todo el tiempo. Se cuenta que para burlarse de todos, porque también le gustaba burlarse de todos los académicos, se metía a bañar a los tinacos del techo, que era el agua que durante la semana consumía la comunidad. A él le gustaba bañarse en los tinacos.
Vivió siempre ahí. Solamente salía los domingos, cuando se iba muy temprano, desde las 7 de la mañana, a visitar a su mamá que vivía en La Margarita. Desayunaba, comía con ella y se regresaba en la tarde al Carolino. No salía nunca del Carolino, nomás los domingos a ver a su mamá. Cuando su mamá murió, entonces él empezó a beber así, pero todos los días, empezó a adelgazar mucho, porque ya todo el tiempo bebía, supongo que comía muy poco y se fue deteriorando hasta que se murió.

Era un hombre que amaba muchísimo a la BUAP en general y al Carolino en particular, además era un hombre que en cierta forma protegía a los rectores, porque si alguien representaba alguna clase de riesgo, no le permitía la entrada. Hay una anécdota sobre una ocasión en la que no dejaba entrar a Alfonso Vélez Pliego al Carolino, estaba la cosa política al rojo vivo y Alfonso, que era mucho más bajo que él, le dijo “a mí no me vas a impedir el paso”, lo hizo a un lado y se metió. Todo mundo se asombró de que se pusiera contra Maguila, porque en realidad  Maguila, con un manotazo, lo hubiera mandado al suelo. Pero él protegía a la universidad, protegía a los rectores, como velador y guardián. Su puesto implicaba impedir la entrada de personas que pudieran causar algún daño a la universidad.
Él es una leyenda porque realmente fue un personaje muy importante durante veinticinco años en la universidad, todo mundo tenía que ver con él, nadie de esos tiempos desconocía quién era Maguila, y además era un hombre muy culto y pasaba por un cochis, como también le decían, a la argentina, que tengo entendido que significa mozo o intendente. Yo no he conocido cochises en la BUAP que sean cultos como él, y Alejandro, aparte de hablar idiomas y saber de todo, era uno de los hombres más cultos de la universidad.


*Maguila Gorila fue una serie de dibujos animados creada por los Estudios de Animación Hanna-Barbera entre 1964 y 1968 con el nombre el Show de Maguila Gorila.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Los años ochenta en Puebla


La década de los años ochenta en el mundo estuvo determinada por guerras y matanzas inexplicables como los trágicos enfrentamientos tribales en Sudáfrica y la extraña guerra no declarada entre Irán e Irak, que se bombardean durante ocho años. Los soviéticos apestan en Afganistán y saldrán humillados a finales de la década. James Carter hace un papelón en Irán con la crisis de los rehenes e Israel bombardea y luego invade Beirut.
Argentina ocupa las islas Malvinas y provoca que Inglaterra mueva a su ejército para una victoria aplastante, en tanto que el gobierno chino reprime a los estudiantes en la plaza Tiananmen. Entre tanta desgracia, a mediados de esta década aparece un hombre que cambiaría la fisonomía del mundo, Mikail Gorvachev, con la espada desenvainada contra el moribundo sistema socialista de la URSS y sus numerosos satélites, también efervescentes.

Una década que en muchos sentidos cierra expedientes. En Yugoslavia muere Tito, Anuar Sadat es asesinado en Egipto; mueren Brezhnev, Jomeini e Hirohito; incluso en la cultura parece haber ese afán de cambio generacional con la muerte Jorge Luis Borges, Joan Miró,  Jorge Guillén, Alejo Carpentier, Jean Paul Sartre y Orson Welles. La excepción es John Lennon, que muere asesinado a los 40 años.

Frente a todas esas claudicaciones observamos, en cambio, el inicio de nuevos escenarios. Polonia y el mundo se cimbran con la voz del Sindicato Solidaridad y, al final de la década, con la magia de una fantasía musicalizada por Pink Floyd, la caída del Muro de Berlín, de la que no fue ajeno el papa Woytila, llamado Juan Pablo II, que viaja por el mundo en su campaña pastoral.

Aunque a principios de la década vemos golpes de estado en países como Argentina, Guatemala y Bolivia; que Estados Unidos invade Granada y devasta un barrio en Panamá con el pretexto de castigar a Manuel Antonio Noriega, caen antiguos dictadores que ya no tienen  cabida en un nuevo escenario geopolítico. Duvalier es expulsado de Haití, Ferdinand Marcos sale de Filipinas, Stroessner es derrocado en Paraguay y Pinochet es obligado a dejar el gobierno de Chile. Para fortuna de todos, paulatinamente, las instituciones democráticas retornan en América Latina, pues antes de finalizar la década se efectúan elecciones en Argentina, El Salvador, Ecuador, Uruguay, República Dominicana y Brasil.

En los ochenta comenzamos a percibir la preocupación de los ambientalistas de todo el mundo que protestan contra Francia, que devasta zonas del Pacífico con peligrosos experimentos nucleares. No era una preocupación banal ante tanta permisividad. Las desgracias ecológicas de la planta Union Carbide en la India, que mata a miles de habitantes con gas tóxico, es el preludio a una desgracia mayor con el accidente nuclear en la planta de Chernobyl en la URSS y el derrame de petróleo del buque cisterna Exxon Valdez en el golfo de Alaska, que alertan a los países del mundo sobre las drásticas medidas que es urgente tomar en una acción ecológica global, todas estas expresiones novedosas para el gran público del mundo. México contribuye al desastre ecológico con un año de marea negra en el Golfo de México, causada por el hundimiento de una plataforma petrolera en junio de 1979. Finalmente, en 1983, como una prueba  de que la naturaleza humana forma parte integral del planeta tierra, aparece el sida con su cauda de desastre y morbilidad.


Mi amigo Christian de la Torre me envió una larga lista de más de cien recuerdos de los años ochenta en la ciudad de Puebla: ¿Qué recuerdo de los ochentas?, para la que debemos imaginar un niño de ocho años, motivado y curioso, sentado en la incansable tele con los programas de aquellos tiempos que marchaban al tenor de Los Pitufos, Alf y, por supuesto, ¡He Man! ¡Por el poder de Greyskull!; o los domingos –siempre los domingos con Raúl Velasco- con aquellas promesas que envejecieron demasiado pronto como Menudo, Soda Stereo, Flans, Timbiriche, Emmanuel y aquel niño sorprendente que fascinaba a chicos y grandes llamado Luis Miguel; en el tocadiscos de la prima otros artistas menos promocionados como los Caifanes, “queriendo ser The Cure”, Botellita de Jerez y su guacarock y el incansable Tri, del poblano Alex Lora, que recortó su nombre para llamarse como la selección nacional.

“Empezaban las maquinitas, el famoso dínamo, que es este jokey de mesa, que le pegas a una como moneda grande de plástico, entonces ese era el juego de moda, que igual lo jugaban los chavos nerd, como los chavos banda y todos, ese jueguito siempre estaba lleno”, recordó Karla Valenzuela en una entrevista.

Hablando de selección, recuerda Christian, la felicidad del Mundial México 86 y la amarga derrota de nuestra selección frente a Alemania ¡en penales!, para no hablar de los cachirules que nos impidieron ir al siguiente mundial. Afortunadamente existió el Toro Fernando Valenzuela y su fulgurante pitcheo con los Dodgers de Los Ángeles, que tanta satisfacción nos dio, así como Julio César Chávez, que devolvió al boxeo mexicano aires de sus viejas glorias.

Los años ochenta con sus novedades de transformers, cazafantasmas y cubos rubik; las casetas telefónicas LADA,  “la primera computadora que se compró mi tío”, el Atari 2600; el terror del terremoto del 85, “del excesivo maquillaje de mi tía y de los vestidos con hombreras de mi mamá”; una década abundante y diversa en una ciudad aglomerada y ruidosa, con demasiadas manifestaciones de aquella incipiente organización que hoy conocemos como la UPVA 28 de Octubre, marchando combativa desde el mercado Hidalgo en la flamante Central de Autobuses de Puebla, la CAPU.

En 1984 éramos 76.4 millones de habitantes en el país. El Plan global de desarrollo de López Portillo fue la culminación de la fiebre planificadora de su gobierno, pues hizo planes para todo. Pero vino la caída del precio del petróleo –malo-, le siguió una progresiva devaluación del peso -más malo-; el gobierno arrinconado de JLP hace esfuerzos desesperados y nacionaliza la banca, además de declarar la moratoria en los pagos de la deuda externa.

El terremoto de 1985 sacude no sólo la ciudad de México, sino a la estructura política y social en su conjunto. México estaba herido cuando organizó el Mundial de futbol de 1986. En los últimos dos años Carlos Salinas de Gortari cambia las relaciones del gobierno con la iglesia y el PAN gana su primera gubernatura en Baja California Norte.


En Puebla se lleva a cabo la consolidación metropolitana (1980-1989). Durante diez años la ciudad creció sobre suelo agrícola, principalmente de propiedad ejidal. Destaca el aumento acelerado de los municipios de Santa Ana Chiautempan, Zacatelco (Tlaxcala), Huejotzingo y Puebla. Las actividades sociales y económicas se diversifican; surgieron corredores y plazas comerciales que afianzaron el papel centralizador de la ciudad de Puebla, definida por los municipios que mayor interrelación funcional mostraron con la ciudad.

El Estado de Puebla fue gobernado un año por el Dr. Alfredo Toxqui (1975-1981), Guillermo Jiménez Morales (1981-87) y Mariano Piña Olaya (1987-93); en tanto que presidieron el Ayuntamiento de la ciudad Miguel Quirós Pérez (1978-1981); Victoriano Álvarez García (1981-1984); Jorge Murad Macluf, que falleció en funciones (1984-1986); Amado Camarillo Sánchez (1986-1987) y Guillermo Pacheco Pulido (1987-1990).

En esta década Puebla obtiene el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1985, además del beneficio de la Ley de Desarrollo Urbano y los planes derivados de ella: los planes estatales de desarrollo urbano de todas las ciudades del país.
Se estima que el radio de influencia de la ciudad de Puebla comprende 32 kilómetros a la redonda partiendo del zócalo. Pero para los poblanos seguía siendo una ciudad chica, al menos en cuanto a mentalidad.

“Sí, estábamos en una sociedad mucho más cerrada –recuerda Gerardo Sánchez Yanes-, en la época de los 15 años éramos los mismos en todas las fiestas. Y si llegaba el primo de México a la quinceañera, decíamos: “este güey, qué hace aquí, nos está invadiendo nuestro territorio”. Sí, era un grupo  muy cerrado, muy de flojera, si veo pa´tras mi medio ambiente, digo: ay, su madre ¡que flojera!”


Pero el terremoto de 1985 vino a cambiar muchas cosas en la ciudad, por lo pronto provocó una fuerte emigración de la capital del país a las ciudades cercanas como Puebla. Recuerda Alejandro Rivera:

“Un actor fundamental en los años ochenta fue el terremoto de 1985. Mi hermano, que estaba en el Seguro Social, tuvo que acomodar a 300 médicos con sus familias en Puebla, tenía que buscarles escuela y ayudarlos para que buscaran casa y todas sus necesidades. Trescientas familias. Pueden no parecer mucho, pero de buenas a primeras llegas a una ciudad, con autoridades muy limitadas intelectualmente, incapaces de enfrentar situaciones de transporte, de escuelas, de servicios de manera eficiente, y el resultado fue el de un crecimiento anormal, anodino –diría yo-, imbécil, sin ninguna planeación urbana, siendo que esta fue la ciudad, por antonomasia, de planificación para el continente americano. Perfectamente bien orientada, que en un santiamén, en un lapso no mayor de diez años, perdió, absolutamente, su identidad como una ciudad colonial. Una ciudad muy trabajadora, extraordinariamente trabajadora. Y qué pasa. Empiezan las textileras a tronar, no pueden competir tecnológicamente con lo que ocurría en el mundo. Empiezan a cerrar, empiezan a venir olas de desempleo, y las otras industrias eran incapaces de absorber esa cantidad de obreros que se quedaban cesantes y llegaron a casos dramáticos como en Metepec, en Atlixco. Entonces se forma un embudo en donde había mucho trabajador y muy poca demanda de trabajo. Desde ese momento en que cierran las textileras empieza el caos. Mucha gente, harta del DF por su contaminación, porque no circulas hoy ni mañana, la falta de oferta de trabajo, los altos costos que tiene vivir allá, que ciudades como Pachuca, Querétaro, Puebla, empiezan a convertirse en opción para la gente del DF.”

Por su parte, Héctor Zéleny recordó:Vino un desplazamiento muy fuerte de gente del Distrito Federal, Puebla fue creciendo y ahorita pues yo digo que es una medio urbe, todavía no es una urbe. Hay muchos problemas, hemos visto cómo los campos de los que estaba rodeada (una ciudad  de 22 ejidos) se han ido invadiendo, la mancha urbana ha ido acabando al campo, sobre todo en lo productivo. En fin, hasta la actualidad es una ciudad que esperamos vaya en progreso, se adapte a los nuevos tiempos”.

Todo se modificó, en consecuencia. La ciudad ya no era la famosa Puebla provinciana sino una metrópoli en ascenso, con todo lo que eso implica.

“En las discotecas sonaba de manera intermitente Michael Jackson –me platica Martha Echevarría-,  con sus famosísimos Thriller y Billie Jean. Era habitual y hasta necesario pasearse por la discoteca por lo menos un viernes al mes. Ir a bailar, a convivir en otro ámbito,  ya fuera de la discoteca Pagaia en la avenida Juárez o del Porthos en la Recta a Cholula, para deshacerse de los nudos acumulados después de días y días de trabajar con números, cheques y billetes en ese extinto banco llamado Bancam, mi primer trabajo.”

Sí, definitivamente ya no estábamos en la misma Puebla.