De tarde en tarde, los encargados de sondear la opinión pública mexicana a través de encuestas han preguntado a los mexicanos sobre su relación con los Estados Unidos, su grado de interés, sus afinidades y diferencias.
En Oficio mexicano Roger Bartra analiza una encuesta que apareció en la revista Este País en abril de 1991 con resultados reveladores: 59% de los mexicanos estaría de acuerdo en integrarse a los Estados Unidos para formar un solo país, si ello significara una mejor calidad de vida. “Otros resultados de la encuesta publicados en la revista –escribe Bartra- confirmaban el debilitamiento del tradicional nacionalismo mexicano”. (pp:93) Tres lustros después de aquella encuesta, Carlos Puig cita otra del diario Milenio que revela que cuatro de cada diez mexicanos se mudarían a vivir y trabajar en Estados Unidos si tuvieran la oportunidad; dos de diez lo están pensando seriamente, aun sin documentos.
El estudio fue presentado por Pew Hispanic Center el 16 de agosto del 2005. El 35% de egresados universitarios dijeron que estarían dispuestos a irse si tuvieran manera; 14% dijo que se iría aún sin documentos. El 50% de los encuestados afirmó que si hubiera un programa de trabajo temporal tomarían la oportunidad. Dice Puig: “Es un golpe a la idea inercial de que los mexicanos somos re´mexicanos, anti gringos, re´nacionalistas. (En realidad sólo) desean sobrevivir, y si se puede, vivir tranquilos, comer bien, vestirse decentemente y proveer para su familia. El lugar, en el largo aliento, sale sobrando”. (Carlos Puig, Milenio Diario 20-Ago-05)
Ahora la revista Nexos hace lo propio en una encuesta encargada a la empresa Mitofsky bajo la interrogante: ¿Qué país queremos ser? Que revela un resultado parecido: 30.6% elige a Estados Unidos como un modelo de país más deseable para los mexicanos, aunque un 33.7 decide que a ninguno. No quisiera que México se pareciera a ningún país. ¿Por qué?, es la siguiente pregunta. La lista de respuestas la encabezan tres premisas: economía, empleos y gobierno (48.7% por los tres). Estados Unidos encabeza también las respuestas a la pregunta de ¿a qué país no le gustaría que se pareciera México?, con un 13.7%, pero el 27.2% respondió de nuevo que a ninguno.
No me satisface la pregunta de Nexos en nuestras circunstancias, es ambigua, porque a diferencia del resto del mundo, los Estados Unidos es un país bastante conocido para los mexicanos, y el famoso sueño –se sabe en este país- consiste básicamente en ir a deslomarse al otro lado por unos buenos dólares. El 10% de nosotros está allá y sus ingresos representan la segunda entrada de divisas a este gran y desaprovechado país. Es decir, es de esperarse que los mexicanos no quieran parecerse a los Estados Unidos porque saben que no es posible parecerse, pues lo conocen más o menos bien. Respetan y admiran sus logros sociales y políticos; ansían que México tuviera un desarrollo económico, no parecido al de Estados Unidos, sino con el rumbo democrático de los Estados Unidos, donde la corrupción ha sido realmente combatida y los gobiernos están obligados a cumplir su tarea de atender a la ciudadanía. Si conociéramos el caso de los países escandinavos no dudaríamos en ponerlos también como modelos de desarrollo. Pero tanto como parecerse, es otra cuestión. El país que queremos ser no tiene otro nombre que el de México, pero quisiéramos que nuestro país tuviera un gobierno que decidiera jugársela con el famoso pueblo, que los políticos no se comportaran como aves rapaces y nuestras leyes se aplicaran para ponerlos en orden; que hubiera una contraloría con jurisdicción en todos los niveles de gobierno que evitara el saqueo que a todas luces vemos hoy, vimos ayer y algunos vimos desde antier. Nos encantaría que los senadores y diputados escucharan nuestra opinión, que se nos preguntaraa a los mexicanos a través del plebiscito si estaríamos dispuestos a comprometernos para que, juntos, pudiéramos resolver un problema real en cualquier gobierno de la historia que es su natural peculio, los impuestos que casi nadie paga, que va junto con pegado a nuestra dependencia financiera con un recurso natural que ya se agota y cuya discusión no tiene sentido posponer. Eso hubiera sido útil que la encuesta de Nexos buscara dilucidar, no comparándonos con países que para empezar la mayoría ni siquiera conoce, sino comparar nuestra situación con los anhelos colectivos que el IFE ha sido incapaz de revelar a través de las urnas, situaciones que vemos –tampoco estamos ciegos- que operan en otros países, sí, como los Estados Unidos, donde la ley se aplica con un grado muchísimo menor de impunidad.
En otras palabras, no nos hagamos guajes: sabemos que país queremos ser: México, con todas sus contradicciones y bellezas; su riqueza, pero no su pobreza, porque sabemos también que ésta se deriva de la corrupción y el jineteo, de la inequidad, la ineficiencia, la falta de acción, de pasión de parte de quienes presuntamente elegimos para que se encarguen de esas cosas. Es evidente que no pueden darnos la administración para tener el país que queremos, que no merecen esos sueldos que estaríamos dispuestos a tolerar si fueran eficaces, patriotas. Es evidente que no pueden darnos ese país.
Creo, sin embargo, que dado nuestro “avance democrático”, nada será posible hacer en México sin el convencimiento de la clase política de que está en sus manos modificar las cosas, de que los cambios que demanda nuestra situación tiene que ver con ellos, los partidos, y que será desde adentro de ellos como puedan suceder los urgentes cambios que imploramos: reforma hacendaria que nos permita pagar impuestos –una vez que tengamos trabajo, claro está-, reforma democrática que garantice transparencia; reforma económica que le de sentido y uso racional a nuestros recursos naturales, que abata los monopolios, que garantice una mejor distribución de la riqueza. Es el camino corto que nos urge a los mexicanos para ser el país que quisiéramos ser. El camino largo –y caro y penoso- es la violencia social.